jueves, 12 de octubre de 2017



A mis alumnos les digo dos cosas desde el primer día.
La primera es que duden de mí como profesor. Muchos me miran con los ojos apretados a lo Clint Eastwood y otros “pescando”. ¿Me vienes a explicar la historia y nos dices que dudemos de ti?, parecen estar preguntándose. Como se los repito mucho pues acaban comprendiendo que la duda es la base de la curiosidad y esta la del conocimiento, y que es fundamental dudar para tener una opinión propia.
La segunda cosa que les digo es que soy inmortal y que por eso sé tanta historia, porque he sido testigo directo. Aquí ya se ríen. Estoy hablando de alumnos de 14 a 18 años. Obviamente, no se lo tragan. Como ven que lo digo casi todos los días empiezan a hacerme preguntas a ver si me pillan. Empiezan a dudar. De todos modos, es fácil pillarme y siempre tengo que estar inventándome buenas excusas para mantenerme en mi inmortalidad.
El otro día una alumna me dijo “¿eres inmortal y envejeces?”. Yo tengo el pelo casi por completo blanco. Ahí me dolió, he de reconocerlo. Ahí le dio duro. Yo le dije que envejezco para disimular.
Sin embargo, lo mejor de esta broma de ser inmortal es que no voy a poder disfrutar de su mejor momento, que es cuando me muera y les llegue la noticia. Se dirán con cara de “lo sabía”, “¿este no nos decía que era inmortal?” Lo que daría por ver esas caras.

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