Estamos en junio y ya
empiezo a notarlo. Esas caras, esas expresiones, sus formas de mirarme les
delatan. Incluso están por hablarme, pero se reprimen; creen que con las muecas
que ponen les basta para que me entere; y tienen razón, sus rostros son auténticas
radiografías. En la última semana de junio siempre hay alguien que me lo echa
en cara; no falla, un amigo, un familiar o un conocido con cierta confianza. “¿Qué?,
ya vas a coger vacaciones, ¿eh? Dos meses, ¿eh?” Sonríe, pero yo sé que es con
sorna. A veces, me he intentado justificar hablándoles de lo extenuante que es
ser profesor y tutor, de las horas que les dedicas en casa, cada día, los fines
de semana; que tu cabeza no descansa, está llena de los problemas de tus
alumnos y piensas constantemente en cómo ayudarles, más corregir, preparar
clases, innovarme, buscar formas distintas de dar clases, elaborar temas para
el blog, inventarme tareas para que piensen. Da igual, no escuchan. “Y además
Navidad, Semana Santa, Carnavales, los puentes”. Con esa sonrisa socarrona ya
han dictado sentencia. La dictan cada mes de junio. En ese momento, me limito a sonreír, como
dándoles a entender que tienen razón. Qué más da. Luego, en la última semana de
agosto, esa sorna, esa sonrisa molesta es inversamente proporcional a la
alegría con la que me dicen al tropezarse conmigo, “¿Qué?, ya solo te queda una
semanita, ¿eh?” Antes les decía que, si tanto querían esos dos meses de
vacaciones, pues que se hicieran profesores, pero ya ni eso; les dedico, una
vez más, mi sonrisa, y ellos se van tan contentos.
Pues, como profesor,
si algo tengo claro es que si no contáramos con esos periodos de vacaciones me
dedicaría a otra profesión.
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