miércoles, 29 de abril de 2015

PRIMER CAPÍTULO (reflexión del comisario Trápaga)

Ante la inminente salida a la venta en Amazon de mi nueva novela "Entre el esperpento y el escalofrío", os dejo un adelanto. Se trata del primer capítulo, donde el comisario Trápaga nos deja su particular punto de vista sobre la profesión de actor.

Actores, cómo los detesto. Siempre tan seguros de sí mismos, siempre con esa sonrisita afectuosa con la que pretenden conquistarnos, pero en el fondo tan condescendientes, tan superiores ellos. Con esa figura bien plantada y esa voz de seductores de pacotilla. Sólo porque son famosos tenemos que sonreírles, seguirles el juego, alabarles, buscarles. Si les parece, también tendríamos que arrodillarnos ante ellos y limpiarles los zapatos. Seguro que les invitan a infinidad de fiestas, que no pagan en los restaurantes y que las azafatas de los aviones, ¿o debería decir auxiliares de vuelo?, les dan sus números de teléfono; no como a nosotros, pobres pasajeros insignificantes de segunda clase, merecedores únicamente de su típica sonrisa tan falsa como insípida. “Gracias por volar con nosotros”, te dicen al salir, como si la experiencia hubiera sido de nuestro agrado. Idiotas.
Estos actores creen que la vida es como las películas en las que trabajan; bueno, lo de trabajar es un decir, porque a cualquier cosa le llaman trabajo: pagarte por meterte en la piel de otro, por hacer de alguien que no existe mientras viajas y comes con todos los gastos pagados. Por Dios, si ni siquiera se peinan ellos. Y yo aquí, partiéndome el culo para llevar el sustento a mi familia; arriesgándome la vida sin saber si por la noche regresaré a casa o si el jodido forense de turno me estará abriendo en canal para hacerme la autopsia mientras se come un sándwich de atún con mayonesa y busca, con esas gafas de culo de botella que tiene, la bala que me ha perforado el hígado. Estos actores creen que por tener esa cara bonita se les van a abrir todas las puertas. Pues conmigo está muy equivocado ese mediatinta. ¿Quién se ha creído que es? Venir a mi comisaría a hacerme perder el tiempo con sus estupideces de fumaporros, porque eso es lo que son todos, unos fumaporros grifientos, como si yo no tuviera cosas más importantes que hacer. Que soy comisario, leches, que no tengo que aguantar estas memeces a mi edad. Pero claro, como ese niño bonito le ha enseñado su sonrisa de perlas al alcalde, y éste le lame el culo a cualquiera por ganar un voto, y mucho más si se trata de un actor famoso,  ahora resulta que yo tengo que dedicarle MI  tiempo. Pues mi tiempo es mío y bastante ocupado que lo tengo. Pensar que mi mujer admira a ese gilipollas. Cuando le cuente que ha venido a verme no se lo va a creer. Pensándolo mejor, no voy a contárselo, capaz es que me insiste para que le invite a cenar. Una mierda invito yo a ese soplagaitas a mi casa y que luego mis hijas pierdan el sueño porque no sólo les ha sonreído sino porque ha compartido mesa, MI mesa, con ellas y vayan como locas al día siguiente al instituto restregando a todo el mundo su puto autógrafo. Por mí que se meta el autógrafo por su culo de estrella. Y encima con ese gesto estúpido que hace cada vez que termina una frase, como si hubiera dicho algo importante.
            ¿Qué es esto? ¡Pero si hasta he cogido notas y todo! Lo habré hecho por instinto, para evitar mirar su cara de niño guapo y no tener que vomitar. ¿Y qué me viene a contar éste de su cumpleaños? ¿A mí qué coño me importan sus orgías pajilleras?, como si yo quisiera pillarme algo contagioso. No le he entendido ni una sola palabra. Que vaya a un vidente o a uno de esos frikis astrólogos de la tele  y que me deje en paz con sus putos fantasmas.



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