Actores, cómo los detesto. Siempre tan seguros de sí mismos, siempre con
esa sonrisita afectuosa con la que pretenden conquistarnos, pero en el fondo
tan condescendientes, tan superiores ellos. Con esa figura bien plantada y esa
voz de seductores de pacotilla. Sólo porque son famosos tenemos que sonreírles,
seguirles el juego, alabarles, buscarles. Si les parece, también tendríamos que
arrodillarnos ante ellos y limpiarles los zapatos. Seguro que les invitan a
infinidad de fiestas, que no pagan en los restaurantes y que las azafatas de
los aviones, ¿o debería decir auxiliares de vuelo?, les dan sus números de
teléfono; no como a nosotros, pobres pasajeros insignificantes de segunda
clase, merecedores únicamente de su típica sonrisa tan falsa como insípida.
“Gracias por volar con nosotros”, te dicen al salir, como si la experiencia
hubiera sido de nuestro agrado. Idiotas.
Estos actores creen que la vida es como las películas en las que
trabajan; bueno, lo de trabajar es un decir, porque a cualquier cosa le llaman
trabajo: pagarte por meterte en la piel de otro, por hacer de alguien que no
existe mientras viajas y comes con todos los gastos pagados. Por Dios, si ni
siquiera se peinan ellos. Y yo aquí, partiéndome el culo para llevar el
sustento a mi familia; arriesgándome la vida sin saber si por la noche
regresaré a casa o si el jodido forense de turno me estará abriendo en canal
para hacerme la autopsia mientras se come un sándwich de atún con mayonesa y
busca, con esas gafas de culo de botella que tiene, la bala que me ha perforado
el hígado. Estos actores creen que por tener esa cara bonita se les van a abrir
todas las puertas. Pues conmigo está muy equivocado ese mediatinta. ¿Quién se ha
creído que es? Venir a mi comisaría a hacerme perder el tiempo con sus
estupideces de fumaporros, porque eso es lo que son todos, unos fumaporros
grifientos, como si yo no tuviera cosas más importantes que hacer. Que soy
comisario, leches, que no tengo que aguantar estas memeces a mi edad. Pero
claro, como ese niño bonito le ha enseñado su sonrisa de perlas al alcalde, y
éste le lame el culo a cualquiera por ganar un voto, y mucho más si se trata de
un actor famoso, ahora resulta que yo
tengo que dedicarle MI tiempo. Pues mi
tiempo es mío y bastante ocupado que lo tengo. Pensar que mi mujer admira a ese
gilipollas. Cuando le cuente que ha venido a verme no se lo va a creer.
Pensándolo mejor, no voy a contárselo, capaz es que me insiste para que le
invite a cenar. Una mierda invito yo a ese soplagaitas a mi casa y que luego
mis hijas pierdan el sueño porque no sólo les ha sonreído sino porque ha
compartido mesa, MI mesa, con ellas y vayan como locas al día siguiente al
instituto restregando a todo el mundo su puto autógrafo. Por mí que se meta el
autógrafo por su culo de estrella. Y encima con ese gesto estúpido que hace
cada vez que termina una frase, como si hubiera dicho algo importante.
¿Qué es esto? ¡Pero si hasta he
cogido notas y todo! Lo habré hecho por instinto, para evitar mirar su cara de
niño guapo y no tener que vomitar. ¿Y qué me viene a contar éste de su
cumpleaños? ¿A mí qué coño me importan sus orgías pajilleras?, como si yo
quisiera pillarme algo contagioso. No le he entendido ni una sola palabra. Que
vaya a un vidente o a uno de esos frikis astrólogos de la tele y que me deje en paz con sus putos fantasmas.
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