“De verdad que no sé
qué hago aquí”
Gonzalo se mueve
nervioso en su silla, al tiempo que se seca el sudor de las manos en los
pantalones. Es incapaz de mirar a los ojos”
“¿Por qué le tengo que
contar mi vida, eh?, ¿por qué? ¿Y ese empeño en conocer detalles tan
insignificantes? Ya se lo he dicho: soy un tipo normal con una infancia normal,
como la de todo el mundo. Jugué a policías y ladrones, al fútbol, mi padre me
llevaba a los toros los domingos por la tarde mientras mi madre y mi hermana
limpiaban la casa. No, claro que nunca lloré, mi padre no me lo permitía, decía
que eso es de niñas, y tenía razón. Lo mismo hago yo con mis hijos, educarles
correctamente, como dios manda. ¿Y por qué le tengo que hablar de mis novias?
Con quince años empecé a salir con chicas, ya sabe, chavalas fáciles para
descubrir el sexo. No, mi hermana se quedaba en casa, mi padre no la dejaba
salir, ni ponerse la ropa que quisiera. Me decía que la cuidara siempre y que
no permitiera nunca que fuera como una puta por la calle; nada de estar con
chicos así como así. Luego me casé y mi mujer hizo como su madre y la mía,
quedarse en casa, como tiene que ser, que para eso traemos nosotros el dinero a
casa. Con el tiempo empezó con no sé qué tonterías de retomar los estudios, y
yo le decía, ¿y nuestros hijos?, ¿quién los va a cuidar, eh? Nuestra vida de
matrimonio era normal, ya se lo he dicho, como la de todos. Yo salía con mis
amigos al bar, al futbol… ¿Por qué ella tuvo que empezar a querer cambiarlo
todo? ¿Y por qué coño le cuento todo esto? ¿Qué mierda hago yo aquí?”
“Gonzalo, está usted
aquí porque se lo ha ordenado el juez”
Gonzalo levanta el
índice de modo amenazador.
“Sí, por librarme de
la cárcel, que si no, me iba a ver usted aquí”
El terapeuta suspira
profundamente, como para coger fuerzas.