viernes, 18 de septiembre de 2015

REFLEXIÓN

Nos pasamos la vida tratando de encajar en un pequeño rincón de la sociedad; incluso nos conformamos con un minúsculo mosaico, un lugar donde nuestra alma pueda enraizarse y hacernos levantar la cabeza con orgullo, o al menos hacernos sentir menos desgraciados cuando nos disponemos hacer el esfuerzo titánico de dormirnos esperanzados por no soñar con la vida que ya tenemos: la pandilla que le corta las alas a tu futuro, el novio motero que insiste en que te ama sobre todo cuando se le ha olvidado el preservativo, susurrándotelo en el oído mientras con su lengua explora el lóbulo de tu oreja; el equipo de fútbol en el que nunca te pasan el balón,  el trabajo en el que se calca la misma miseria de la que quieres huir…Cualquier espacio es bueno para sentirse querido. Cualquiera, menos la familia. De la familia huimos, renegamos hasta que regresamos con el rabo entre las piernas o nos limitamos a llorar porque ya es demasiado tarde para pedir perdón.

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