LA BODA (relato
autodestructivo)
Había llegado el
momento más importante. El organista dio rienda suelta a la marcha nupcial.
Todos los ojos de la iglesia se volvieron hacia la entrada, también los de
Roberto; aunque, a diferencia de los demás, su corazón se aceleró al ver a su
amor avanzando hacia el altar. Nunca antes había estado tan hermosa. Nadie
mejor que él podía saberlo. ¿Desde cuándo se conocían?, ¿desde la infancia o
incluso antes de que se creara el universo? Su cabello azabache resaltaba con su
vestido blanco como lo hacían la luna y la noche. Su sonrisa, nerviosa, pero
feliz, reafirmaba a Roberto que la decisión de su amada había sido madurada
durante mucho tiempo, aunque él hubiera preferido que aquel acto de amor se
retrasara un poco más, no sabía cuánto. Sin embargo, el día había llegado,
irrefrenable, como el curso mismo de la vida.
Con cada paso que daba
su amor, Roberto sentía una opresión en el pecho, un querer reventar de su
corazón y de todo su ser. La dicha estaba a punto de consumarse. Por fin se
miraron. Roberto olvidó todo su dolor y le sonrió como siempre lo había hecho.
Ella le devolvió la sonrisa. Sus ojos brillaron ante el compañero con el que
había estado toda su vida y siguió de largo.
Al llegar al altar, el
padrino entregó la novia a su inminente marido, quien sonrió tan nervioso como
ella. Roberto suspiró como siempre había hecho cuando pensaba en su amor. Unas
breves palabras del sacerdote, unas respuestas escuetas de los novios, un beso
y ya no había vuelta atrás, ya no podría seguir imaginando que le confesaba sus
sentimientos, ya no recrearía aquel beso imaginario que siempre había deseado
para ella con cada atardecer: el amor de su vida se había casado.
Roberto no fue al
banquete de bodas. ¿Para qué? Desde la iglesia vagó con rumbo incierto hasta
que, caída ya la noche, llegó a su piso. Se preparó un sándwich y encendió la
televisión.
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