Joaquín llegó al lugar
donde había concertado su cita a ciegas, un bar de esos redecorados con recuerdos
modernistas y lámparas de pétalos de rosas. El lugar ideal, pensó; buen
ambiente, buena música. Lo había elegido ella. Miranda nunca planeaba una cita
con un desconocido al que hubiera visto el rostro en internet, del mismo modo
que ella tampoco mostraba el suyo. Estaba convencida de que hacerlo le restaba
encanto, misterio, riesgo y humildad. Sin embargo, llevaba muchas decepciones
acumuladas. No así Joaquín, pues para él era la primera vez que se arriesgaba
con lo desconocido. Miranda le había dicho que llevaría camisa blanca y falda
negra ajustada. Largos pendientes y maquillaje prácticamente ausente. Su
cabello era rizado color castaño y le caía en cascada hasta los hombros. La
descripción había emocionado a Joaquín, quien poco podía añadir a su rostro con
gafas de pasta negra, calvicie incipiente, pantalones vaqueros y polo rojo.
La ilusión con la que
Joaquín había tomado su primera cerveza a la espera de su cita, fue
desvaneciéndose con la segunda y la tercera. La camarera, siempre atenta,
atendía su pedido con la sonrisa estándar para los clientes. Pasada la primera
hora, Joaquín se resistía a rendirse. Había traído consigo un pequeño ramo de
violetas y estaba dispuesto a esperar lo que hiciera falta para entregárselo.
Miranda había insistido en no intercambiarse sus números de teléfono, por lo
del misterio, pero también por una confianza que ni siquiera había sido
concebida.
Con la segunda hora
cumplida empezó a descomponerse su ilusión. Se movía de un lado a otro,
buscando una postura que relajara su malestar. A una señal de la camarera, supo
que el cierre del local llegaría pronto. Joaquín se levantó con la pena cargada
sobre sus hombros y caminó hacia la puerta del bar sin saber bien qué hacer con
el ramo de violetas. Quedó tentado de dárselo a la camarera que, con su
habitual sonrisa le abría la puerta para que pudiera salir, pero siempre había
sido demasiado tímido para la espontaneidad. Se fue triste, acompañado por el
eco de la puerta cerrada a sus espaldas.
La camarera quedó
mirando a las luces de la calle a través del cristal de la puerta. Su sonrisa
estándar se desvaneció. Una decepción más, uno más que no se había fijado en su
camisa blanca, falda negra ajustada, pelo rizado color castaño que caía en
cascada y sus largos pendientes; uno más que no había sabido reconocerla.
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