El Comisario Trápaga detestaba hablar en público.
Básicamente, detestaba a la gente, no como entes individuales dignos de amar y
respetar, sino como grupo. Las
multitudes le ahogaban y más de diez personas juntas las consideraba una secta.
Tan recurrido como conocido era su dicho de que el pueblo es hermoso pero la
gente es gilipollas. Por eso, aquella tarde podía considerarla como uno de los
momentos más difíciles de su carrera. Todos aquellos focos apuntándole,
periodistas de todos los medios junto a corresponsales del mundo entero
ansiosos por oírle hablar y asaltarle con sus preguntas. Entendía que aquel
revuelo estaba justificado pero maldecía que le hubiera tocado precisamente a
él llevarlo. ¿Quién le había mandado a detener a ese loco desarrapado que
andaba perdido por las calles?
Los flashes de las máquinas castigaban sus pupilas
de tal modo que consideró aquel instante como el más idóneo para empezar la
rueda de prensa. Tan solo tuvo que mostrar las palmas de las manos y toda la
sala quedó en el más expectante de los silencios. Sentado junto al comisario se
hallaba el loco al que había detenido.
-Bien, buenas tardes- el comisario hubiera
preferido que su voz hubiera sonado más cavernosa. Sin embargo, tuvo que
conformarse con un tono que reflejó sin tapujos su nerviosismo-. He convocado
esta rueda de prensa para confirmar lo que algunos medios han adelantado ya. El
detenido, aquí a mi lado, ya no es tal sino nuestro protegido, pues ha podido
demostrar su identidad. Ha sido propuesta suya la de dar esta rueda de prensa,
aunque, que sea dicho de paso, yo opino que no es buena idea. Ahora, si queréis
empezar con las preguntas.
Como si de una bandada de estorninos se tratara,
las manos de los periodistas se levantaron al unísono agitándose al viento por
ser elegidos. El comisario optó por conceder el turno de palabra a los
periodistas que ya conocía.
-¿Cómo ha demostrado su identidad?- preguntó
alzando la voz ante el constante ruido de las cámaras.
El comisario y su protegido se miraron sin saber
qué decir.
-¿A quién preguntas?, ¿a mí o a él?- peguntó
Trápaga señalando a su protegido.
-A usted, comisario.
-Bueno- Trápaga tuvo que carraspear, visiblemente
nervioso, incluso azorado-, digamos que hizo lo necesario para convencernos. Pero
hacedle las preguntas a él, que para eso fue idea suya convocaros a todos.
De nuevo las manos alzadas de los periodistas,
desesperados por tener el honor de hacerle la primera pregunta.
-¿Es verdad que no ha querido venir en todo este
tiempo por la paliza que le dieron?
El comisario se tapó la cara con la mano ante la
barbaridad que acababa de oír. El protegido, aún vestido con sus ropas raídas,
y descalzo, se tomó la cuestión con mucha serenidad.
-No, eso no es cierto. Creí que había quedado claro
que asumí esa paliza como necesaria.
-¿Entonces por qué ha tardado tanto en volver?-
preguntó otro periodista sin esperar al turno.
-Bueno, he estado ocupado.
-¿Por qué habla español?- preguntó otro.
El protegido mostró una pequeña sonrisa, reflejo de
lo extraña que le había resultado la cuestión.
-¿Y por qué no iba a hablarlo? Conozco muchos
idiomas.
-¿Su madre qué piensa de todo esto?
-Mi madre siempre ha apoyado todas mis decisiones.
De hecho, he regresado a petición suya.
-¿Qué le parece la situación actual?
-¿De España?- preguntó el interrogado.
-Del mundo.
-Pues la veo algo complicada. Parece que no me han
hecho mucho caso. No esperaba encontrármelo así, la verdad.
-¿Y qué piensa hacer?
El protegido suspiró.
-Intentaré arreglarlo, supongo.
-¿Cómo?, si puede saberse.
Iba a abrir la boca el protegido cuando el ayudante
de Trápaga entró sin miramientos en la sala y corrió hasta quedar frente al
comisario, dejando a todos los presentes a la expectativa.
-¿Me voy a cabrear?- le preguntó Trápaga en un
susurro.
El ayudante optó por inclinarse hasta llegar al
oído derecho del comisario. Los ojos de este mostraron a los presentes lo grave
que debía ser el asunto. Tanto, que Trápaga se levantó como impulsado por un
resorte.
-Bien, esta rueda de prensa se ha terminado.
Sin añadir una apalabra más, cogió del brazo a su
protegido y lo arrastró consigo fuera de la sala. De nada sirvieron las
protestas de los convocados.
-¿Pero qué sucede?- preguntó con alarma el
protegido sin oponer resistencia al comisario.
-¿Que qué sucede? Usted y su feliz idea. Mire que
se lo advertí.
Trápaga subía las escaleras sin darle tiempo a un
respiro.
-Pero no comprendo.
-Hay una multitud ahí fuera que ha rodeado el
edificio- le explicó sin detenerse-. Algunos han empezado a entrar. Esto no es
lugar seguro.
-Pero es lógico que quieran verme, déjeles entrar.
-¿Pero es que no lo entiende? No todos quieren
verle. Hay quien quiere agredirle. Piden su cabeza.
-¿Pero por qué? ¿Qué les he hecho yo?
-Y yo qué coño sé. Usted sabrá.
-Santo dios.
-Sí, eso digo yo.
-Quizás he estado demasiado tiempo fuera.
- Lo que sí sé es que en las calles han empezados
las revueltas entre quienes le defienden y los que están cabreados. Lo que
demuestra que la gente es gilipollas.
-¿Gilipollas?- preguntó el protegido sin
comprender.
-Idiotas, que son idiotas.
-¿Y a dónde me lleva?
-A la azotea, ahí nos espera un helicóptero.
-¿Pero es que huimos?
-Pues claro, ¿qué pensaba? Se lo dije, mire que le
dije que no era buena idea lo de la dichosa rueda de prensa.