TALLER DE ESCRITURA (reflexión
literaria)
Si alguien tuviera la
osadía de pedirme que impartiera un taller de escritura tendría que decirle
irremediablemente que no; eso sí, con mucha educación. Claro que pudiera ser
que ese taller durara la nada despreciable cantidad de tiempo que son cinco
minutos. En ese caso, le diría que soy la persona que está buscando. Sin ningún
ánimo de rebajarme la modestia a la altura de los tobillos ni de resultar
pretencioso, ¿qué puedo enseñar yo a nadie sobre escribir? No sigo ninguna
norma ni canon establecido por los consagrados (que yo sepa), tampoco sigo ninguna escuela, no tomo notas (jamás), ni
trabajo con esquemas. No uso una pizarra donde colocar a los personajes y sus
evoluciones. Escribo por intuición y sirviéndome de mi memoria residual. De
modo que mi taller quedaría a expensas de cuatro pequeños consejos que sí que
es verdad que llevo a rajatabla: no empezar una novela si no conozco
previamente su final; escribir todos los días, una hora, o el equivalente a una
hoja de Word; leer literatura del siglo XIX y ver muchas películas, a ser
posible en el cine. Los digo seguidos y no me llega ni a cinco minutos. Los
alumnos del taller se me quedarían mirando pasmados, preguntándose si les han
estafado.
Bueno, profundicemos
un poco en estos consejos, a ver si puedo estirar unos minutillos más.
Lo de no empezar una
novela si no conozco su final no es algo que me lo proponga; es que,
simplemente, no puedo avanzar si no sé a dónde voy, cuál es el destino de los
personajes, etc. Hay quien pueda decirme que, de este modo, coarto la libertad
de la historia que estoy contando, que no me dejo llevar, y lo más probable es
que tengan razón. Yo a mi creación le doy toda la libertad que deseo, siempre y
cuando me conduzca al final que le tengo previsto.
Escribir todos los
días es una cuestión de disciplina. Si mi ocupación principal no fuera la
enseñanza (ni ninguna otra) seguramente esto de escribir me lo tomaría con más
calma. El tener el tiempo tan absorbido por mi profesión hace que me discipline
con la escritura dedicándole siempre un ratito (una hora) al día. ¿Y si no
tengo inspiración ese día? No importa, escribo, aunque lo que escriba no sirva
para nada. ¿Y si me sobra la inspiración ese día y me apetece continuar escribiendo?
No lo hago pues me quitaría tiempo del resto de mis ocupaciones; además, así me
queda inspiración para el día siguiente.
Leer literatura del
siglo XIX. Esto es muy, pero que muy subjetivo. A mí me funciona ( y se lo debo
a la insistencia de mi hermano). Cuanto más bebo de la inagotable fuente de esa
centuria, más seguro y completo me siento como escritor.
Ver muchas películas.
Esto es fundamental; de todas las épocas, países y géneros posibles, incluidas
las películas de animación. ¿Para qué? ¿Con qué parte del proceso creativo de
un escritor puede estar relacionado amar el cine? Con el ritmo. Lo dominarás,
lo harás tuyo; sabrás lo que tiene que ocurrir cuando tenga ocurrir; sabrás
cuándo deben aparecer los giros de la trama y cuánto ha de durar cada parte de
la novela. Nadie dirá de mis novelas que le han aburrido, que no tienen ritmo.
Dirán que no conectaron con los personajes, que la temática no les atrajo, que
no les agradó el final, pero nunca que no tienen ritmo.
Visto así, habiendo
profundizado un poco en estos consejos, puede que sí me dé para un taller de un
horita, pero poco más. Luego café y tertulia.
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