Cuando el guardia civil le ordenó pararse
en la cuneta, Mario creyó sufrir el
mayor susto de su vida. La Benemérita siempre le había despertado mucho respeto
y, como todos, levantaba presto el pie del acelerador cuando intuía la
presencia de uno de sus coches patrullas. A medida que veía aproximarse al
agente, apretaba el volante compulsivamente. Debía mostrarse sereno; después de
todo, él no había hecho nada.
-Buenas
noches- le saludó el agente, acompañando sus palabras con el típico gesto
militar- ¿Sabe usted por qué le he parado?
Mario
le miraba impresionado; no podía evitar fijarse en el bigote reglamentario del
guardia civil. ¿Por qué lo llevarían todos?, se preguntaba.
-Pues
la verdad es que no, pero ya que lo menciona, es que llevamos un poco de prisa
y si no le importa…
El
agente ignoró de plano la reivindicación del conductor. Demasiadas veces había
oído lo mismo.
-Iba
usted dando bandazos. ¿Ha bebido?
Los
ojos parecieron saltárseles de las órbitas al pobre Mario.
-¿Quién?,
¿yo? En absoluto. Es que iba discutiendo con mi esposa, pero nada serio, no
crea…
-Ah,
¿que iba hablando por el móvil?
Ahora
sí que Mario no entendió nada.
-¿Perdón?,
¿Por el móvil?
-Ha
dicho que discutía con su esposa.
-Claro,
pero es que mi esposa está aquí. Salúdale, cariño, por favor- dijo volviendo el
rostro hacia el asiento del copiloto.
El
agente sonrió tratando de mantener la paciencia.
-¿Cómo
ha dicho?
-Que
mi mujer está aquí. Discutíamos por tonterías, ¿verdad cariño? Y…
-Espere,
espere, espere- el agente dejó pasar unos segundos que a Mario se le antojaron
eternos- ¿Me está tomando el pelo?
Mario
creyó que su estómago se le volcaba.
-Pues
claro que no. Nunca se me ocurriría algo así. No, por dios, ¿Por qué lo dice?
-¿En
serio me lo pregunta?
-Sí,
claro. Si he dicho algo que le haya podido ofender, le ruego que me disculpe.
-Algo
que me ofenda- repitió incrédulo- Tiene huevos la cosa. Todavía me dice que si
me ha dicho algo que me ofenda. Ande, salga del vehículo.
Mario
tembló.
-¿Pero
por qué?
-Mire,
ya está bien la bromita.
-¿Pero
qué bromita, por dios?
El
agente se calmó y sonrió condescendiente.
-Está
bien, está bien. ¿Quiere jugar?, Juguemos. Dice usted que discutía con su
mujer, ¿no es así?
-Sí,
claro, ¿verdad, cariño?- y miró a su derecha.
-Y
que no lo hacía con el móvil
-Pues
claro que no, ¿no ve que mi mujer está aquí?
El
agente desvió la vista cansado de la conversación.
-Ya
está otra vez. ¿Usted se burla de mí o es que está loco?
-Ninguna
de las dos cosas- dijo empezando a alterarse.
-Está
bien, si lo quiere así: ¿No ve que ahí no hay nadie?- dijo refiriéndose al
asiento del copiloto.
Mario
quedó petrificado por unos instantes.
-¿Cómo
dice?
-Sí,
sí, sí. Ya está bien de tanta burla. Venga, salga del coche.
-Oiga,
por favor, que mi esposa está aquí conmigo. Le saludó antes y le saluda ahora
también. Por favor, cariño, dile algo, rápido, que esto no es normal- y volvió
a mirar al agente-¿Ve? ¿Satisfecho? Ahora, ¿sería tan amable de dejarnos
continuar?
El
agente empezó a alterarse también.
-¡Pero
será posible! ¿Es que insiste?
-¿En
qué, dios mío? Si mi esposa está aquí. ¿No será usted el loco?- y miró rápido
al asiento del copiloto- No, mi amor. Nos tenemos que poner en nuestro sitio;
me da igual lo que me pase.
-¿Me
llama loco?- protestó el agente.
-No
se lo llamo, se lo pregunto.
-Mire,
ya está bien. Fuera de una vez, fuera la digo- le gritó.
Mario
tragó saliva.
-Espere,
espere, le diré lo que haremos.
-Aquí
solo se hace lo que yo digo. Está usted faltando a la autoridad.
-No,
espere, se lo ruego, escúcheme un momento. Ustedes siempre van en pareja,
¿verdad? Dígale a su compañero que venga, a ver si él tampoco ve a mi esposa.
Oh, esto es de locos, desde luego- dijo mirando a su derecha- por favor,
agente, hágalo.
El
agente suspiró cansado. Miró hacia atrás y gritó.
-¡Ramírez!-
y le hizo un gesto para que se acercara.
Ramírez
salió del coche y se acercó a su compañero.
-A
la orden, mi sargento.
-Ramírez-le
dijo en voz baja, aunque no lo suficiente como para que Mario no lo oyera-,
tenemos aquí un chiflado. No sé si sería mejor llamar directamente al hospital.
Echa un vistazo.
Ramírez
se inclinó para mirar en el interior del coche.
-Señor-
saludó a Mario-, señora- se incorporó y miró a su superior-. No veo nada
extraño, mi sargento.
El
sargento sintió un frío helado que le subió por la espalda hasta la nuca.
-¿Cómo
has dicho?- preguntó con temor.
-Que
no veo nada extraño, señor.
-No,
no, antes. Has saludado a dos personas.
-Claro,
mi sargento, al conductor y al copiloto. Imagino que será su esposa.
Las
manos del sargento empezaron a temblar. Mario no pudo evitar mirarle con cara
de satisfacción.
-¿Qué?-
le dijo al sargento-¿quién es el
chiflado ahora?
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