“Érase una vez que se
era un reino donde la alegría y el consuelo anidaban a partes iguales en los
corazones de sus habitantes”
-¿Por qué, papá?
-Sí, ¿por qué? ¿Era el
cumpleaños de la princesa?
-No, nada de
cumpleaños, que salen muy caros.
-¿Qué?
-Nada, nada, vosotros
escuchad.
“El motivo de tanta
alegría era nada más y nada menos que la victoria en la guerra”
-¿Contra el Team
Rocket?
-¿Contra quién?
-Son enemigos de los
Pokemon.
-No, nada de Pokemon.
¿Y tú ahora por qué lloras, cariño?
-No me gustan las
guerras.
-Pero esta ya acabó y
ganaron los buenos.
-Pero, papá, no nos
cuentes el final.
-Pero si he empezado
por el final.
-Jo, qué rollo de
cuento.
-Vosotros esperad, que
ya veréis que la cosa se pone buena.
“El rey había vencido
al monarca vecino, que con su avaricia había querido poseer más tierras”
-¿Qué es avaricia?
-Vale, lo cambio, lo
cambio.
“El rey había vencido
al rey vecino que era muy malo”
-¿Muy malo?
-¿Cuánto de malo?
-Muchísimo. El más
malo de todos, horroroso, espantoso. ¿Y ahora qué te pasa?
-Tengo miedo.
-¿Pero por qué?, si no es de miedo.
-Has dicho que era
espantoso. No quiero escuchar más.
-No, ya verás que no
es de miedo. Mira a tu hermano, el no tiene miedo.
-Pero el otro rey es
malo, ¿no?
-Sí.
-Y le venció, ¿no?
-Sí.
-¿Y ya está?
-No, claro que no.
Acabo de empezar. Oh, a ver cuándo vuestra madre cambia el turno en el
hospital.
-¿Qué?
-Nada.
“Pero la gente no solo
era feliz por la victoria; todos coincidían en mostrar su asombro”
-¿Por qué?
-Cariño…Te juro que te
lo voy a contar ahora mismo.
-Vale.
“No se asombraban
porque el rey condecorara a los más valientes de sus soldados. Se asombraban
porque el más alto honor de esta guerra se lo había concedido a la institutriz
de su hijo”
-Vale, ok, no hace
falta que me preguntéis. Comprendo vuestras miradas. Una institutriz es como
una profesora que atiende a solo un niño, en este caso al hijo del rey.
-¿Y no tiene que ir al
cole?
-No, claro, le da las
clases en el castillo.
-Qué guay.
-Un enorme castillo
que…
-¿Y no tiene amigos?
-¿Quién?, ¿el hijo del
rey? No lo sé, ¿por qué?
-Porque no va la a la
escuela.
-Pues…supongo que no;
la verdad es que no lo había pensado. ¿Vuelves a llorar?
-Es que no tiene
amigos.
-Sí que tiene.
-Tú has dicho que no.
-Claro que tiene, que
sí…su, su, institutriz es su mejor amiga. Va con él a todos lados. ¿Mejor?
“El caso es que la
institutriz recibió la medalla más importante”
-¿Y sabéis por qué?
Vaya…ahora no preguntáis.
“La gente sí se lo
preguntaba; vaya que sí. ¿Cómo es que una simple profesora era premiada con esa
distinción si ni siquiera había luchado en la guerra?”
-Hizo trampas.
-¿Cómo?
-Si no fue a la guerra
tuvo que hacer trampas.
-No, claro que no hizo
trampas. ¿Por qué os iba a contar un cuento donde se gana con trampas?
-¿Qué?
-Nada.
“Para entenderlo,
tendríamos que retroceder unos cuantos años en el tiempo”
-¿Cuántos?
-¿Cuántos qué?
-¿Cuántos años?
-Pues no lo sé, unos
cuantos…El príncipe era un crío como vosotros
“La anciana
institutriz, que tantos años había servido a su rey, debía retirarse y
descansar, de modo que el rey buscó una nueva para su hijito”
-¿Y la reina?
-¿Qué le pasa?
-¿Dónde está?
-Y yo qué sé.
-Es que nunca la
nombras.
“El rey y la reina,
vieron muchas candidatas a institutriz, pero ninguna les convencía”
-¿Por qué?
-Francamente, no lo
sé.
“Hasta que por fin
encontraron una. La reina no estaba muy de acuerdo con la elección de su
esposo, pero éste le decía que no había que buscar más. Incluso los habitantes
de su reino quedaron sorprendidos cuando lo supieron”
-¿Por qué? ¿Era muy
fea?
-sí, ¿Era muy fea?
-No, claro que no. ¿Y
qué si era fea? Chicos, recordad que la belleza siempre está en el interior.
-Eso es lo que dicen
los feos.
-¿Pero qué dices?
¿Quién te ha enseñado eso?
-No sé.
“No. La institutriz no
era fea. Había sido expulsada del reino vecino, el que años más tarde empezaría
la guerra”
-Por fea, la echaron
por fea.
-Que no.
“Cuando el rey supo el
motivo por el que la había echado su vecino la aceptó de inmediato, pese a la
negativa de su esposa”
“Ya verás- le dijo-
llegará un día en que esta institutriz nos salvará”
“La reina aceptó la
decisión de su esposa, y el príncipe creció sano y felizmente educado por la
institutriz. Esta informaba puntualmente a sus padres de los progresos de su
hijo, pero también de sus defectos”
-Como hace nuestra
profesora.
-Exacto, eso es, muy
bien. Veo que estáis entendiendo el cuento.
-La chivata.
-Pero, hijo, ¿qué
dices? ¿Cómo que chivata?
-Sí, lo cuenta todo.
-Pero es su trabajo.
En fin, sigo.
“El rey escuchaba
atentamente todo lo que le decía la institutriz y trataba de corregir a su hijo
como buenamente podía”
-Era el rey, su hijo
tenía que obedecerle.
-Cariño, cada padre es
un rey en su casa.
-¿Entonces tú eres un
rey?
-No exactamente…
-¿Eres rey o no eres
rey?
-Era, era una
metáfora, por dios.
-¿Una qué?
-Sigo.
“De modo que el
príncipe llegó a la mayoría de edad como un buen hijo que todo lo compartía con
sus padres. Apenas discutían y siempre trataban de entender sus puntos de
vista. Cuando estalló la guerra con rey malo, el príncipe luchó junto a su
padre hasta la victoria final. Sin embargo, el otro príncipe discutió cada una
de las órdenes de su padre…”
-¿Sí, cariño?
-¿Cuántos príncipes
hay?
-Dos, hay dos. Tienes
razón, no había hablado del otro príncipe. Joder, qué difícil es esto.
-Has dicho una
palabrota.
-No, qué va, es del
cuento.
-Se lo voy a decir a
mamá.
-¿Ah, sí? ¿Quién es la
chivata ahora? Ja. ¿Y ahora por qué lloras?
-Yo no soy ninguna
chivata.
-Claro que no, cariño
mío, claro que no. No me hagas caso.
-Eres una chivata,
eres una chivata.
-Cállate hijo, por
dios.
“El rey malo tenía un
hijo que había sido educado por nuestra institutriz hasta que la echaron. Ese
príncipe, el dey rey malo, no el dey rey bueno, había crecido muy malo”
-Como su padre.
-Exacto, muy bien.
“Pues cuando llegó la
guerra, el rey malo y su hijo discutieron por todo, hasta que el hijo fue
contra su padre. Eso lo aprovechó el rey bueno para ganar la guerra. Y todos
fueron felices y comieron perdices”
-¿Y la institutriz?
-Ostras, es verdad.
-No me gusta comer
perdices. Las perdices son animales buenos.
“Cuando el rey
condecoró a la institutriz le recordó a su esposa las palabras que le había
dicho cuando la aceptaron en la tarea de educar a su hijo”
“¿Y por qué, amado
esposo, padre de mi hijo? ¿Por qué lo sabías?’”
-Sí, ¿por qué?
-Por fea.
-Y dale con la fea.
“Cuando hablé con ella
por primera vez- le contestó el rey- le pregunté los motivos por los que le
habían echado del reino vecino y me dijo: “Por decir la verdad; yo siempre digo
la verdad” “¿Y qué fue lo que le dijiste para que no quisiera verte más?- le
preguntó el rey- “Le dije que su hijo era un chiquillo maleducado que
necesitaba dos buenos azotes y que si quería se los daba yo mismo”
“Desde ese momento- le
dijo el rey a la reina- supe que era la institutriz perfecta para nuestro hijo,
y no me equivoqué”
-¿Qué?, no está mal el
cuento, ¿eh?
-¿Pero ya acabó?
-Claro.
-¿Y el príncipe hizo
más amigos?
-¿Qué?, no sé. ¿Pero
es que no habéis entendido el cuento?
-No.
-Yo tampoco.
-Pues qué raro porque
me lo contó vuestra profesora.