Como escritor uso
mucho una pregunta. Para mí es la cuestión clave de la creación y, desde luego,
me es muy útil, en especial cuando estoy bloqueado en algún pasaje en concreto
de la historia que lleve entre manos. Pienso, además, que esa pregunta, y no otra, ha sido la que ha permitido a la
humanidad llegar a donde está, para bien o para mal (a mí me gusta pensar que
para bien). En cuanto me hago esa pregunta, mi imaginación se dispara, no lo puedo
evitar, abriéndose paso entre las telarañas de mi cerebro.
Sí, vale, ya digo cuál
es la dichosa pregunta.
Es algo tan sencillo
como “¿Y si…?”(Al pronunciarla es
necesario prolongar la i, si no, no es lo mismo)No es más que eso, la
conjunción más usada del castellano y un monosílabo condicional enmarcados por
dos corrientes signos de interrogación. ¿No es genial? No os dejéis engañar, es una preguntita muy
poderosa porque, básicamente, desatasca. Los guionistas de cine la usan con
bastante frecuencia, sobre todo cuando escriben en grupo. No es una imposición,
sino una puerta que se abre a un sinfín de posibilidades.
Imaginaos a James Watt
cuando observaba cómo el vapor de agua del caldero de su madre era capaz de
mover la tapa del mismo mientras se calentaba al fuego. Con los ojos fijos en
aquel fenómeno seguro que se preguntó “¿Y si aplico esto mismo a gran escala?”,
y apareció la máquina de vapor. Como este, cientos, miles de ejemplos.
Recuerdo un día en que
el director de mi centro estaba narrando la tragedia de los hombres que fueron
arrojados en una sima de Gran Canaria durante la represión acaecida durante y después
de la Guerra Civil. Mientras le escuchaba me pregunté ¿Y si…uno de los
arrojados sobrevive a la caída? ¿Y si… en la sima hay un túnel que conduce a lo
desconocido, pongamos, a otra época? ¿Y si… el túnel está custodiado por un
enorme oso? Así nació “La extraordinaria historia de Juan Barreto”, cuyo
desarrollo me ha llevado a convertirla en una trilogía, siendo ya mi proyecto
más ambicioso como escritor.
Sí, le debo mucho a la
pregunta ¿”Y si…?”
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