martes, 29 de diciembre de 2015

LA SONRISA DE AMANDA (relato)

Me la encontré en el pasillo del hospital. Yo había salido necesitado de desprenderme de aquel ambiente de dolor y pesimismo. Además, mi mujer no paraba de llorar y rogar. Todo muy repentino, como si no lo esperara. Por eso, ver a aquella joven en el pasillo me distrajo. Digámoslo con claridad, con valentía: me agradó. Aunque llevaba la blusa del hospital, su sonrisa inspiraba, curiosamente, salud, alivio. Así me sentí, aliviado. Me dijo que ella también había sentido la necesidad de salir de su habitación, que ya no le veía sentido a permanecer ahí dentro. Hablamos mientras caminábamos hacia el fondo del corredor. Me sorprendió su familiaridad. De pronto, me vi como un jovenzuelo ligando en mis tiempos de universitario. Amanda, me dijo que se llamaba. Amanda, qué nombre bonito, pensé.  Me cogió de la mano y continuó hablando como si fuéramos novios.  Que una belleza como aquella me cogiera de la mano me hizo sentir alagado y sonreí imaginando la cara de mi mujer si nos viera en aquel momento. Pero no nos vería, estaban todos demasiado ocupados llorando.
¿Vienes?, me dijo. ¿A dónde?, pregunté.  No lo sé, abramos esta puerta y vayamos más lejos a ver qué hay. Explorar el hospital más allá de sus habitaciones y de su cafetería me resultó una idea deliciosa. Asentí y abrimos la puerta juntos. Era hermoso. Desconocía que los hospitales tuvieran departamentos tan bien decorados. Fue entonces cuando un ruido, como unos timbales lejanos, me distrajo de su conversación. Cada vez sonaban más fuerte, aunque solo en mi cabeza porque ella me decía que no oía ningún timbal. Algo debía ir mal. Me puse nervioso, no sé, pensé en mi mujer, en mis hijos y le dije que debía volver a la habitación. Se entristeció pero no insistió. Ya nos veremos, me dijo. Corrí hasta alcanzar la habitación. El llanto había cesado. Todos miraban expectantes a los enfermeros que trataban de reanimarme con un desfibrilador. Comprendí entonces lo que estaba sucediendo y supe lo que debía hacer. No obstante, dudé. La sonrisa de Amanda seguía muy presente en mi ánimo.


viernes, 25 de diciembre de 2015

He sabido que hay dos actores que cumplen años el mismo día que yo,  Ricardo Darín y Pedro Mari Sánchez. Es una coincidencia que me agrada puesto que son dos actores a los que admiro mucho.



domingo, 20 de diciembre de 2015

LO QUE HACE EL ABURRIMIENTO (relato)

Andaba yo en una fase vital de tedio absoluto. Mi propio reflejo en el espejo me resultaba de lo más anodino. Dos años largos de paro y los gestos de resignación de mis padres hacían el resto. El aburrimiento había provocado en mí ciertas costumbres, como la de salir a pasear después del café de la tarde, prolongándolo hasta la hora de la cena. Al menos,  libraba así a mis padres de mi presencia durante un buen rato. Una tarde en que mi paseo estaba resultando más insulso de lo habitual, se me ocurrió una idea que justificaba el gran vacío de mi vida, y quizás de mi mente: seguir a una persona.
Teniendo en cuenta mi indiscutible heterosexualidad, que a nadie importaba, consideré más interesante seguir a una mujer, joven, a ser posible. La siguiente hora fue de lo más entretenido pues no terminaba de decidirme por la candidata ideal. Por fin elegí una. La afortunada ganadora era una joven agraciada de unos veinte años que llevaba un libro en la mano. Guapa y culta, la combinación perfecta, pensé.
Mientras la seguía, en vez de reprocharme lo bajo que me había hecho caer mi desidia, me dediqué a pensar si la posición correcta de los calificativos hubiera sido a la inversa, culta y guapa. Casi la pierdo en el metro. Reconozco que mi adrenalina subió unos grados al tratar de coger el mismo vagón que ella.
Emergió junto al parque del Retiro, donde se encontraba una de mis peores pesadillas, las aglomeraciones, pero me dije que si había llegado hasta ahí debía continuar con el juego hasta el final, desconociendo, por supuesto, cuál sería ese final. La turba se congregaba con motivo de la feria del libro y mi joven culta y guapa (sí, cambié el orden) fue de caseta en caseta hasta que se encontró con un viejo alto y encanecido que babeó frente a su escote y al que pidió que le firmara el libro que llevaba consigo. La sonrisa de la joven ante la firma capturada me hizo pensar: ¿de verdad los libros son capaces de motivar a alguien hasta el punto de buscar a su autor y pedirle su firma? Huelga de decir que siempre encontré  la literatura como una tortura ejecutada con sarna por mis profesores de instituto.
Luego del Retiro, quedó con unos amigos en un bar. Disfrutaron de unas cañas y dieron un paseo hasta llegar a los cines Renoir. De nuevo tuve que tomar una decisión. Desde luego, la tarde estaba siendo de lo más interesante. Qué cosas curiosas hacen las personas para entretenerse, pensé observando al grupo de la joven culta y guapa. Hice de tripas corazón y entré en el cine. Desconocía que fuera tan caro ver una película en un cine. Qué coñazo, me dije, pues era una película armenia y encima subtitulada. Sin embargo, la historia me fascinó de tal modo que olvidé el motivo por el que había llegado hasta allí. Un acomodador que apestaba a sudor y palomitas me tuvo que recordar que la sesión había terminado, que tenía que salir. Vagué sin rumbo pensando en la película. Cuando llegué a casa mis padres dormían, lo que me permitió entrar en internet sin la acostumbrada reprimenda sobre perder el tiempo y bla, bla, bla. Tuve el impulso de escribir en mi Facebook la opinión sobre la película. Con la sensación indescriptible producida por la ausencia de aburrimiento, me fui a la cama.

A la mañana siguiente eché un vistazo al Facebook, costumbre que anteponía a mi aseo diario e incluso al desayuno. Para mi sorpresa, tenía varios comentarios alabando el mío sobre la película, alguno incluso de desconocidos que compartieron mi publicación. Alguien me añadió, sin permiso, por supuesto, a un grupo de cine donde se comentaban películas. Me entusiasmó. De pronto, tenía un objetivo en la vida: hablar de cine. El grupo era numerosísimo y muchas veces me dedicaba a curiosear entre los perfiles de los miembros. Sí, habéis pensado correctamente, uno de los perfiles era de la joven culta y guapa. Por supuesto, no me atreví a escribirle. No me hizo falta, sabía que, más tarde o más temprano, coincidiríamos en el comentario de alguna película, como así fue. Tras tres años llenos de comentarios cruzados tuvimos nuestra primera cita. 

jueves, 17 de diciembre de 2015

RESEÑA

Qué sorpresa y qué alegría la reseña que ha hecho Marta Rojo de mi novela "Mis ojos llenos de ti" para el blog Algunos Libros Buenos.

Os dejo el enlace

reseña a Mis ojos llenos de ti

domingo, 13 de diciembre de 2015

VOCACIÓN (relato)

Sofía sorprendió a propios y extraños cuando anunció su firme intención de ingresar en un convento de clausura en la isla de Tenerife. Joven, alegre, con una tesis a punto de terminar sobre los ataques de piratas al archipiélago Canario desde los siglos XVI al XVIII, nadie pudo comprender la radicalidad de su decisión. Lo cierto es que sus argumentos eran tan poderosos como convincentes, sobre todo su manera de exponerlos, porque ¿quién podía renunciar a la llamada de Dios cuando se te manifestaba de modo tan cristalino? Mientras los demás veían un encierro de por vida en la oscuridad de la soledad, ella solo hablaba de libertad y felicidad. Bien es verdad que a sus más allegados no les sorprendió tanto pues llevaban tiempo viendo que su investigación para la tesis la había llevado a un punto cercano a la obsesión. Quizás no pudo aguantar la presión; quizás sus nervios terminaron por romperse y quiso aislarse de todos y de todo, pero en especial de su dichosa tesis sobre los piratas.
Ni siquiera sufrió en lo más mínimo cuando prescindió de su largo cabello, que con tanto mimo había cuidado desde su adolescencia. No le hizo ascos a desprenderse de todas las comodidades. No miró hacia atrás cuando entró en el convento, lo que demostró, una vez más, la entereza de su vocación.

Las monjas se alegraron de la nueva incorporación. Siendo la mayoría de ellas de edad avanzada, Sofía hizo cuanto estuvo en su mano para alegrarles la existencia. Durante meses pensaron las hermanas que Dios les había bendecido con un regalo como ella. La vida en el monasterio no era, ni de lejos, tan aburrida o monótona como todos sus amigos le habían advertido. Disfrutaba con cada detalle, con cada rezo, con cada cebolla que pelaba. Lo único que se le resistía era irse a la cama tan temprano. Las hermanas, agradecidas por la dicha que portaba siempre en su ánimo, le permitieron acostarse cuando quisiera.

Una mañana de mayo, tras dos años de permanencia en el convento, Sofía no apareció en el desayuno. La buscaron por todas partes pero no había rastro de ella. Ante una situación tan anómala, acudieron a la capilla para rezar. Fue entonces cuando se percataron de que el pequeño tríptico del altar había sido arrancado de la pared, descubriendo un hueco lo suficientemente grande para esconder algo. En el suelo, junto al hueco, hallaron un papel. Al cogerlo, cuál sería su sorpresa al ver dos preciosas gemas azules. El papel llevaba un mensaje:

“Por los desperfectos. Gracias por su hospitalidad. Sofía”

martes, 8 de diciembre de 2015

jueves, 3 de diciembre de 2015

INVISIBLE (relato)

Joaquín llegó al lugar donde había concertado su cita a ciegas, un bar de esos redecorados con recuerdos modernistas y lámparas de pétalos de rosas. El lugar ideal, pensó; buen ambiente, buena música. Lo había elegido ella. Miranda nunca planeaba una cita con un desconocido al que hubiera visto el rostro en internet, del mismo modo que ella tampoco mostraba el suyo. Estaba convencida de que hacerlo le restaba encanto, misterio, riesgo y humildad. Sin embargo, llevaba muchas decepciones acumuladas. No así Joaquín, pues para él era la primera vez que se arriesgaba con lo desconocido. Miranda le había dicho que llevaría camisa blanca y falda negra ajustada. Largos pendientes y maquillaje prácticamente ausente. Su cabello era rizado color castaño y le caía en cascada hasta los hombros. La descripción había emocionado a Joaquín, quien poco podía añadir a su rostro con gafas de pasta negra, calvicie incipiente, pantalones vaqueros y polo rojo.
La ilusión con la que Joaquín había tomado su primera cerveza a la espera de su cita, fue desvaneciéndose con la segunda y la tercera. La camarera, siempre atenta, atendía su pedido con la sonrisa estándar para los clientes. Pasada la primera hora, Joaquín se resistía a rendirse. Había traído consigo un pequeño ramo de violetas y estaba dispuesto a esperar lo que hiciera falta para entregárselo. Miranda había insistido en no intercambiarse sus números de teléfono, por lo del misterio, pero también por una confianza que ni siquiera había sido concebida.
Con la segunda hora cumplida empezó a descomponerse su ilusión. Se movía de un lado a otro, buscando una postura que relajara su malestar. A una señal de la camarera, supo que el cierre del local llegaría pronto. Joaquín se levantó con la pena cargada sobre sus hombros y caminó hacia la puerta del bar sin saber bien qué hacer con el ramo de violetas. Quedó tentado de dárselo a la camarera que, con su habitual sonrisa le abría la puerta para que pudiera salir, pero siempre había sido demasiado tímido para la espontaneidad. Se fue triste, acompañado por el eco de la puerta cerrada a sus espaldas.
La camarera quedó mirando a las luces de la calle a través del cristal de la puerta. Su sonrisa estándar se desvaneció. Una decepción más, uno más que no se había fijado en su camisa blanca, falda negra ajustada, pelo rizado color castaño que caía en cascada y sus largos pendientes; uno más que no había sabido reconocerla.