lunes, 27 de julio de 2015

LOS MUERTOS

Esto es el cementerio de Pére Lachaise, en París. Muy famoso por la cantidad de personas iluestres enterradas allí, sobre todo políticos y artistas en general. Tuve ocasión de visitarlo hace poco. Era uno de mis sueños. ¿Visitar un cementerio puede ser un sueño? Claro que sí, ¿por qué no? En mi caso, más que el cementerio en sí, era la tumba de Oscar Wilde. Vamos, que si hubiera estado enterrado en Sebastopol mi sueño hubiera sido visitar ese camposanto.
Sin embargo, Le Pére Lachaise me resultó un lugar lleno de encanto, como si entraras en un mundo distinto, paralelo. Lo sentí romántico, pero en su sentido más puro, más trágico. Es hermoso y lleno de vida. Ya sé que es un poco contradictorio pero esa fue mi sensación. Además, el día estaba gris y comenzó a llover. Así que más romanticismo decimonónico imposible. De hecho, me refugié en una cripta abierta. El cementerio es inabarcable. Se necesita más de un día para verlo entero y encontrar a tus ilustres favoritos.

Tumba de Oscar Wilde
La fotografía  de la tumba de Óscar Wilde es mía. Las otras son sacadas de internet.  Fue un momento especial para mí, un sueño cumplido. Estaba ante la sepultura del maestro de maestros. Me alegró ver la cantidad de mensajes de cariño que le han ido dejando los visitantes. También es verdad que hubo un tiempo en que su tumba fue vejada, con lo que se constata que hay idiotas para todo.


miércoles, 22 de julio de 2015

LA CONDENA (relato)

Deambulaba por las calles, triste, solo, sin amigos. Las luces de las farolas se reflejaban en el asfalto bañado por la lluvia. Era la única imagen que le agradaba de aquella gran ciudad a la que había sido condenado a vivir. Salía por las noches y vagaba sin rumbo en busca de la soledad. Cuánto extrañaba su pequeña e itinerante comunidad. Ahora se daba cuenta, ahora se arrepentía, cuando era ya demasiado tarde. Veinte años; dos décadas de condena, ni más ni menos. Ese había sido su castigo. En eso había consistido la maldición que habían arrojado sobre su cabeza. Veredicto inapelable. Ni siquiera sus padres intercedieron por él. Todo por su incorregible comportamiento, por su orgullo, por su indiferencia constante hacia la seguridad del grupo. Qué tarde era ya para intentar cambiarlo.
Lo que menos soportaba, lo que le laceraba el alma era caminar erguido. Aunque ya no se reconociera, era ese detalle el que más le humillaba. Ni tener que vestirse o comer con cubiertos igualaban tal sufrimiento.

Esa noche solitaria y húmeda la nostalgia podía con él. Pensaba incluso en acabar por la vía rápida pues a nada le veía sentido en aquella vida de tortura. Fue entonces cuando un sonido familiar le hizo levantar la vista. Un puñado de recuerdos despertaron mientras seguía su origen. Una melodía resonaba desde el interior del metro. Bajó esperanzado, movido por un deseo sincero, aunque inútil, de volver a encontrarse con sus compañeros. Su sonrisa se desvaneció al comprobar que solo se trataba de un músico ambulante, talentoso, no le cabía duda, pero muy lejano a lo que él había soñado. Atravesó el grupo que se refugiaba de la lluvia hasta colocarse frente al joven intérprete. De pronto, en un arrebato incontrolable, le arrancó la trompeta de las manos. A pesar de su protesta, no pudo evitar que se la llevara a la boca. Sopló con fuerza, como si quisiera desgarrar el aire. El trompetista y los allí reunidos le miraron atónitos, no porque del instrumento hubiera extraído una bella melodía sino por el sonido desesperado que se prolongó por la estación y que tanto les recordó al lamento de un elefante.

jueves, 9 de julio de 2015

MATAR AL REY (crónicas del pueblo de San Gabriel anteriores a 1936)

Don Esteban dejó de ser escéptico cuando le hablaron de los problemas que tenía su hijo, José Ernesto, en la escuela. Tras aquella breve pero preocupante charla, fue sin demora a dar con su esposa, y ante ella se arrodilló.
-Tenías razón, amada mía, y yo estaba equivocado. Perdóname.
Seis años antes, cuando su mujer se había quedado encinta, don Esteban se había negado a seguir la vieja tradición de leer y cantar poemas y canciones de amor al vientre de su futuro hijo, pensando con ello que se librarían los retoños de cualquier atisbo de maldad en sus corazones.
-Es absurdo-replicaba con ímpetu, pero sin brusquedad-va en contra de toda la ciencia médica  e incluso en contra de toda lógica.
-Pero es hermoso-replicaba su esposa con su voz melodiosa-y es lo que nos ha hecho diferentes, sin odios, sin recelos.
-Tonterías, somos como queremos ser, y porque se nos reciten toda una retahíla de versos cursis no vamos a librarnos de las maldades de este mundo.
Su esposa apoyó con dulzura la mano en la mejilla de su marido. Era incapaz de enfadarse con él.
-Se hará como tu digas, mi amor. No discutamos.
Y no discutieron. Don Esteban cogió la mano de su esposa y la besó como si fuera la primera vez.
-Si me equivoco, si estoy en un error, lo primero que haré será arrodillarme ante ti y pedirte perdón.
-No habrá nada que perdonar, porque estás actuando igualmente sin intención de perjudicar a tu hijo.
Pero don Esteban cumplió su palabra y suplicó su perdón. Aquella mañana, don  Matías, maestro de José Ernesto, se había presentado en el despacho de don Esteban visiblemente preocupado. A pesar de que el colegio dependía del ayuntamiento, de todos era sabido las generosas aportaciones que hacía don Esteban para su mejor funcionamiento, y esto complicaba las cosas para el pobre y avejentado profesor. Sus gafas descendían por su sudorosa nariz de forma insistente. Dudaba entre entrar o venir otro día.
-Pase, Matías, no se quede ahí quieto, póngase cómodo-Su voz era claramente acogedora, pero ni aún así pudo tranquilizarse.
-Es que vengo a hablarle de su hijo.
El semblante  de don Esteban empezó a cambiar intuyendo ya algún problema.
-Bueno, razón de más para ponerse cómodo, ¿no cree?
-Sí, claro, claro.
Matías se dirigió con pasos cortos y nerviosos hacia la silla que le ofrecía don Esteban y se sentó. El profesor no podía calmarse y sus manos cambiaban de posición constantemente.
-Por Dios, Matías, cálmese, ¿tan grave es?
-Bueno, creo, creo que sí.
- ¿Le ha ocurrido algo a mi hijo?, ¿se ha caído? ¿Ha hecho daño a alguien?
-No, no, no es nada de eso-aclaró rápidamente para a continuación bajar su tono de voz-, de momento.
-¿Quiere explicarse, Matías?, está consiguiendo que yo también me ponga nervioso.
-Sí, disculpe. Verá: esta mañana les estaba contando a los niños la historia, bueno, la leyenda, de Guillermo Tell, ya sabe, la de...
-Sí, sí, la de la manzana en la cabeza, continúe.
-Pues el objetivo de mi cuento era colocar a los niños ante la tesitura de que si ellos fueran Guillermo Tell qué harían, disparar la flecha a la manzana colocada sobre la cabeza de su hijo o salir corriendo con él. Unos contestaban que disparar la flecha, y otros que huir.
-¿Y?-don Esteban empezaba a impacientarse al no entender adónde quería llegar Matías. En este punto el profesor cogió aire y trago saliva.
-¿Qué hubiera hecho usted?, ¿disparar o huir?
Don Esteban clavó sus ojos en los de Matías. Tras unos pocos segundos contestó.
-Disparar.
-Sí, yo también.
-¿Pero qué tiene todo esto que ver con mi hijo?
Tras una breve pausa en la que Matías se enfundó de valor, le respondió.
-Él no se decantó por ninguna de esas dos opciones.
-¿Ah, no? ¿Y qué contestó?
-Matar al rey. Dijo que él hubiera empleado el arco y la flecha para matar al rey.
Don Esteban se quedó petrificado. La única señal por la que se podía adivinar que estaba vivo era que su carne se le ponía de gallina. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo.
-¿Matar al rey?-pudo balbucear- ¿Me está diciendo que mi hijo de seis años dijo que él hubiera optado por matar al rey?, ¿matar?
-Sí-Matías deseaba no estar ahí en ese momento o en su defecto desmayarse y perder el conocimiento para el resto del día, cualquier cosa menos ver la angustia de don Esteban. Éste se mantuvo en silencio unos segundos tratando de digerir la noticia. De pronto, se levantó bruscamente y habló intentando mantener la compostura.
-Discúlpeme usted, Matías- y se marchó de la habitación sin decir ni una palabra más. Don Matías respiró sensiblemente aliviado, aunque sus gafas siguieran descendiendo por su nariz.
Don Esteban recorrió con paso vivo la casa hasta dar con su esposa, ¿dónde si no?, en el salón del piano. Se arrodilló ante ella y no habló hasta que se percató de su presencia y dejó de tocar.
-¿Qué ocurre?
-Tenías razón, amada mía, y yo estaba equivocado. Perdóname.
A las pocas semanas de este incidente su esposa quedaría embarazada de Rosalba. En adelante, no habría mañana, tarde o noche que no estuviera don Esteban junto a ella recitando poemas de amor, cantando viejas canciones del lugar, e incluso interpretándolas ella al piano, mientras acariciaba el vientre de su amada.
-¿Crees que es necesaria tanta atención?-preguntaba ella sin evitar sonreír.

-Sí, sí, hemos de compensar mi error del pasado.

lunes, 6 de julio de 2015

EL HOMBRE MÁS AFORTUNADO DEL REINO (relato)

Pelinor no era más que un sencillo campesino al que todos apreciaban. Joven y apuesto, llamaba la atención por un singular mechón blanco que asomaba sin pudor de sus largos cabellos negros. Como el resto de los habitantes del lugar, acudió encantado a contemplar al príncipe heredero recién nacido. 

La espera era larga pero se compensaba con un aliciente: la reina tenía derecho a elegir a un representante del pueblo llano para que cogiera a su hijo en brazos. Una costumbre centenaria que unía más a los plebeyos con sus señores, o viceversa. Si vuestra imaginación ha colocado al bebé en brazos de Pelinor, habéis acertado. No es mi deseo quitaros el mérito pero reconoced que os resultó fácil teniendo en cuenta el nombre de este relato. La reina ordenó detener la larga cola cuando Pelinor estuvo justo frente a ella. Con un gesto le concedió la gracia centenaria. Con toda la delicadeza que pudo reunir en sus callosas manos, Pelinor cogió al bebé. Por un brevísimo instante los ojos del campesino se rayaron al contemplar al heredero. Otro gesto de la reina le indicó que el derecho había terminado.

Pelinor estuvo en boca de todos durante bastante tiempo. Lo consideraban el hombre más afortunado del reino por haber recaído en él tan tamaño honor. El campesino se sentía igualmente afortunado, mucho más cuando, años más tarde, tuvo la misma suerte. Sucedía que Las Cortes debían jurar fidelidad al heredero. Un miembro de cada estamento podía pronunciar unas palabras, ¿y a que no sabéis a quién eligió la reina como representante del pueblo llano? Poco acostumbrado a hablar en público, los asistentes quedaron maravillados al escuchar su pequeño discurso y, sobre todo, al ver la emoción con que lo pronunciaba, sin apartar los ojos del joven príncipe de ocho años.

Años más tarde, le correspondió el mismo honor cuando fue presentada la prometida del príncipe y lo mismo cuando la tomó por esposa, pues fue él quien felicitó al príncipe en nombre del tercer estamento y todos coincidieron en la dicha que desprendían sus palabras.

La suerte, no obstante, le abandonó a la muerte del rey, eligiendo la reina viuda a otra persona para presentar sus respetos en nombre del pueblo llano. Pelinor no mostró decepción alguna en su rostro y la gente, que olvida pronto, apenas dedicó unas semanas a esta novedad. No se podía tener suerte toda la vida.

Pues se equivocaban ya que cuando nació el primer hijo del joven rey, la reina viuda volvió a elegir a Pelinor para que, en nombre del pueblo, manifestara su alegría por la continuidad de la regia estirpe. Y vaya si lo manifestó. Su discurso y la agitación de sus palabras fueron largamente comentadas.

Mucho más asombro causó la muerte de Pelinor, no por la muerte en sí, pues lo frecuente era que después de los cuarenta te abandonara la salud, sino por la suerte que tuvo en su entierro. Otra tradición permitía elegir a la reina viuda que la familia real asistiera al funeral de uno de sus vasallos. Efectivamente, la reina viuda, visiblemente afectada, acudió con todos, incluido su hijo, el rey, quien, en señal de respeto, se desciñó la corona para colocarla sobre el ataúd de Pelinor. Fue entonces cuando de los largos cabellos oscuros del joven rey, un mechón blanco ondeó sin complejos ante todos.

Y sí, ese mechón blanco fue muy comentado durante mucho tiempo.



jueves, 2 de julio de 2015

¿DÓNDE ESTÁN LOS NIÑOS?

De niño veraneaba con mis tíos. Benditos sean porque si no, nunca hubiera sabido qué es eso de veranear. Íbamos a un lugar de ensueño, con una enorme piscina junto al mar y una costa llena de rocas y cangrejos en la que imaginábamos historias de piratas. Era fácil que nos reuniéramos unos quince chiquillos, o más, ávidos de juegos y aventuras. No parábamos en todo el día, siempre corriendo, riéndonos, retándonos con el salto más ruidoso e imposible en el agua,  haciendo enfadar a nuestros mayores. El paraíso.

De eso hace ya más de treinta años. Mi tía y mi prima siguen veraneando todavía en el mismo lugar. Las solemos visitar y yo no pierdo la ocasión de sentarme frente al mar e imaginarme historias de piratas. Un día le pregunté a mi prima por los niños del lugar, ¿dónde estaban?, ¿ya no vienen? Lo cierto es que en la piscina y sus alrededores solo había adultos. Oh, sí que vienen, me dijo mi prima, pero están en la sala de la televisión de la comunidad. ¿Y qué hacen ahí?, le pregunté extrañado.  Jugar con los móviles, me contestó. Me quedé mirándola con cara de “No me lo creo”. Ella no esperó a que yo dijera nada. Vete a la sala y compruébalo tú mismo. Fui para allá y la verdad es que lo que vi fue desolador.