jueves, 26 de marzo de 2015

LA RUEDA DE PRENSA (relato apocalíptico)

El Comisario Trápaga detestaba hablar en público. Básicamente, detestaba a la gente, no como entes individuales dignos de amar y respetar,  sino como grupo. Las multitudes le ahogaban y más de diez personas juntas las consideraba una secta. Tan recurrido como conocido era su dicho de que el pueblo es hermoso pero la gente es gilipollas. Por eso, aquella tarde podía considerarla como uno de los momentos más difíciles de su carrera. Todos aquellos focos apuntándole, periodistas de todos los medios junto a corresponsales del mundo entero ansiosos por oírle hablar y asaltarle con sus preguntas. Entendía que aquel revuelo estaba justificado pero maldecía que le hubiera tocado precisamente a él llevarlo. ¿Quién le había mandado a detener a ese loco desarrapado que andaba perdido por las calles?

Los flashes de las máquinas castigaban sus pupilas de tal modo que consideró aquel instante como el más idóneo para empezar la rueda de prensa. Tan solo tuvo que mostrar las palmas de las manos y toda la sala quedó en el más expectante de los silencios. Sentado junto al comisario se hallaba el loco al que había detenido.

-Bien, buenas tardes- el comisario hubiera preferido que su voz hubiera sonado más cavernosa. Sin embargo, tuvo que conformarse con un tono que reflejó sin tapujos su nerviosismo-. He convocado esta rueda de prensa para confirmar lo que algunos medios han adelantado ya. El detenido, aquí a mi lado, ya no es tal sino nuestro protegido, pues ha podido demostrar su identidad. Ha sido propuesta suya la de dar esta rueda de prensa, aunque, que sea dicho de paso, yo opino que no es buena idea. Ahora, si queréis empezar con las preguntas.

Como si de una bandada de estorninos se tratara, las manos de los periodistas se levantaron al unísono agitándose al viento por ser elegidos. El comisario optó por conceder el turno de palabra a los periodistas que ya conocía.

-¿Cómo ha demostrado su identidad?- preguntó alzando la voz ante el constante ruido de las cámaras.

El comisario y su protegido se miraron sin saber qué decir.

-¿A quién preguntas?, ¿a mí o a él?- peguntó Trápaga señalando a su protegido.

-A usted, comisario.

-Bueno- Trápaga tuvo que carraspear, visiblemente nervioso, incluso azorado-, digamos que hizo lo necesario para convencernos. Pero hacedle las preguntas a él, que para eso fue idea suya convocaros a todos.

De nuevo las manos alzadas de los periodistas, desesperados por tener el honor de hacerle la primera pregunta.

-¿Es verdad que no ha querido venir en todo este tiempo por la paliza que le dieron?

El comisario se tapó la cara con la mano ante la barbaridad que acababa de oír. El protegido, aún vestido con sus ropas raídas, y descalzo, se tomó la cuestión con mucha serenidad.

-No, eso no es cierto. Creí que había quedado claro que asumí esa paliza como necesaria.

-¿Entonces por qué ha tardado tanto en volver?- preguntó otro periodista sin esperar al turno.

-Bueno, he estado ocupado.

-¿Por qué habla español?- preguntó otro.

El protegido mostró una pequeña sonrisa, reflejo de lo extraña que le había resultado la cuestión.

-¿Y por qué no iba a hablarlo? Conozco muchos idiomas.

-¿Su madre qué piensa de todo esto?

-Mi madre siempre ha apoyado todas mis decisiones. De hecho, he regresado a petición suya.

-¿Qué le parece la situación actual?

-¿De España?- preguntó el interrogado.

-Del mundo.

-Pues la veo algo complicada. Parece que no me han hecho mucho caso. No esperaba encontrármelo así, la verdad.

-¿Y qué piensa hacer?

El protegido suspiró.

-Intentaré arreglarlo, supongo.

-¿Cómo?, si puede saberse.

Iba a abrir la boca el protegido cuando el ayudante de Trápaga entró sin miramientos en la sala y corrió hasta quedar frente al comisario, dejando a todos los presentes a la expectativa.

-¿Me voy a cabrear?- le preguntó Trápaga en un susurro.

El ayudante optó por inclinarse hasta llegar al oído derecho del comisario. Los ojos de este mostraron a los presentes lo grave que debía ser el asunto. Tanto, que Trápaga se levantó como impulsado por un resorte.

-Bien, esta rueda de prensa se ha terminado.

Sin añadir una apalabra más, cogió del brazo a su protegido y lo arrastró consigo fuera de la sala. De nada sirvieron las protestas de los convocados.

-¿Pero qué sucede?- preguntó con alarma el protegido sin oponer resistencia al comisario.

-¿Que qué sucede? Usted y su feliz idea. Mire que se lo advertí.

Trápaga subía las escaleras sin darle tiempo a un respiro.

-Pero no comprendo.

-Hay una multitud ahí fuera que ha rodeado el edificio- le explicó sin detenerse-. Algunos han empezado a entrar. Esto no es lugar seguro.

-Pero es lógico que quieran verme, déjeles entrar.

-¿Pero es que no lo entiende? No todos quieren verle. Hay quien quiere agredirle. Piden su cabeza.

-¿Pero por qué? ¿Qué les he hecho yo?

-Y yo qué coño sé. Usted sabrá.

-Santo dios.

-Sí, eso digo yo.

-Quizás he estado demasiado tiempo fuera.

- Lo que sí sé es que en las calles han empezados las revueltas entre quienes le defienden y los que están cabreados. Lo que demuestra que la gente es gilipollas.

-¿Gilipollas?- preguntó el protegido sin comprender.

-Idiotas, que son idiotas.

-¿Y a dónde me lleva?

-A la azotea, ahí nos espera un helicóptero.

-¿Pero es que huimos?

-Pues claro, ¿qué pensaba? Se lo dije, mire que le dije que no era buena idea lo de la dichosa rueda de prensa.



viernes, 20 de marzo de 2015

El Arte de Alventosa

Cuentan una anécdota muy curiosa sobre un crítico de arte importante la primera vez que vio en persona "Las meninas" de Velázquez. Después de permanecer inmóvil y con los ojos fijos en la pintura dijo "¿Dónde está el cuadro?" No conozco una expresión mejor para calificar esa obra del pintor sevillano, porque, además, es así exactamente: te introduces en la escena, tú eres el representado y los personajes del cuadro son los espectadores que te contemplan. Eso fue, precisamente, lo que pensé al ver esta fotografía de José Ángel Alventosa. ¿Dónde está el cuadro?
Cuando empecé a comentar la obra de José Ángel, escribía el encabezamiento como "Las fotografías de José Ángel Alventosa". He querido cambiarlo al de ahora porque es mucho más preciso con la realidad. No es un fotógrafo; es un artista. En esta imagen en cuestión me impresiona el tratamiento del blanco y negro. Es ese tratamiento el que me ha sumergido en la fotografía sintiéndome observado por los personajes del cuadro. ¿Quién necesita el color? Las historias más bellas se han contado en blanco y negro.


sábado, 14 de marzo de 2015

REFLEJOS DE UNA INCOMPETENCIA

Cuando todavía vivíamos los ecos del intento de involución rancia y cutre del ochenta y uno, Luis recibió una visita del todo inesperada. Para ser más exactos, la visita en sí poco tuvo de inesperada pues el cartero llamaba a su puerta, al menos, una vez al mes con las típicas facturas y recibos. Lo que tuvo de sorpresivo, de impactante, de desconcertante (y así podría seguir con decenas de calificativos sin temor a quedarme corto), lo que, en definitiva, hizo temblar los cimientos de su vida, y de su familia, fue lo que para él llevaba ese día el funcionario de correos.

Luis era un pequeño empresario hecho a sí mismo. Sus sueños de vivir en libertad se habían ataviado con un pesado manto de responsabilidades desde que tuviera su primer y único desamor. El golpe había sido duro pero había sabido levantarse, volver a enamorarse, casarse, tener dos hijas (en aquel momento en edad de riesgo social) y caminar con rumbo seguro hacia una jubilación en la que esperaba ponerse al día con todas las lecturas atrasadas. Sí, diríamos que Luis había conseguido algo que podríamos definir como felicidad conformista.

-Luis, ¿abres tú?, yo estoy con la lavadora.
-María, yo tampoco puedo ahora.

Luis quiso replicarle a su esposa que él estaba con la mirada fija en la cafetera y que no podía desatenderla, pero, ante la insistencia del timbre (y por no volver a oír a su esposa), puso el fuego al mínimo y se dirigió a la puerta.

-Buenos días, don Luis- le saludó el cartero con su habitual sonrisa.
-No es primero de mes- le contestó descuidando sus modales.
-Lo sé, lo sé, no traigo facturas- abrió su saca de cuero para coger un sobre de aspecto mustio-. Tenga- y se lo ofreció-. Con las disculpas de Correos.
Luis cogió la carta con desconfianza.
-¿Qué significa esto?
-Pues que llevaba perdida en nuestras oficinas veinte años nada menos, pero, finalmente, ha aparecido. Espero que no fuera nada importante. Lo dicho: nuestras disculpas y que pase un buen día.
El cartero se retiró con la astucia, y discreción, de quien no quiere volver a ser interpelado, quedando Luis con la vista fija en el remitente del sobre. No podía creerlo, simplemente, no podía creerlo. Hubo de apoyarse en la puerta para encajar el golpe. Tras unos segundos en los que creyó desmayar, se recompuso y regresó a la cocina. Se sentó pensando si debía abrir la carta, sintiéndose como un artificiero de explosivos ante una bomba. ¿Cable azul o cable rojo? Un sudor frío empezó a deslizarse por sus mejillas. La abrió.

“Hola, Luis, mi amor. La verdad es que no sé bien cómo empezar esta carta. Supongo que debería empezar por disculparme. Lo haría por teléfono pero, que yo sepa, sigues sin ponerlo. Tienes que entenderme: tu propuesta me cogió por sorpresa. No me lo esperaba. Por supuesto que te amo, pero irnos así, a vivir la vida, sin ataduras, fue algo que no supe asimilar bien. Me educaron para ser esposa y madre de mis hijos, Luis, entiéndelo. Pero he reflexionado todas estas semanas y ahora sé bien lo que quiero. Te quiero a ti y anhelo con todas mis fuerzas esa libertad de la que tanto me hablas siempre. Deseo tenerte a mi lado, deseo que seas el amor de mi vida. Entiendo que estés tan molesto conmigo que no desees contestarme. Así lo entenderé si no recibo una carta tuya o no vienes a verme. Estaré en casa de mis padres, esperándote. Solo tienes que coger el tren; además, tengo una sorpresa para ti. Tuya, Susana”.

Las manos de Luis temblaban. Su corazón se había acelerado con cada palabra que leía. Las primeras lágrimas empezaban a salir cuando oyó los pasos de su esposa.

-¿Quién era, cariño?
Luis dudó si debía esconder la carta. Optó por permanecer inmóvil, aportando a su mirada toda la naturalidad que podía, aunque para eso tuvo que restregarse los ojos simulando una picazón inesperada.
-El Cartero.
-Qué raro, no es primero de mes.
-Eso le dije yo.
-¿Y qué es?
-¿El qué?
-¿Qué va a ser?, la carta que tienes en las manos.
Luis creyó que su garganta se había bloqueado.
-Publicidad- dijo al fin-. Una enciclopedia o algo así.

En ese momento, la cafetera empezó a reclamar la atención de los presentes.


martes, 10 de marzo de 2015

GRACIAS, MI AMOR (relato)

Gracias, mi amor
Qué tenso el silencio. Siempre lo era cuando discutían, y más si iban en el coche. Lorenzo conducía; miraba al frente, evitando la mirada de su esposa, quien, cruzada de brazos, esperaba cualquier palabra de su marido para rebatírsela. Ambos sabían que tras las riña llegaba la reconciliación, con arrumacos y caricias, aunque no en el coche, no al menos mientras estuviera conduciendo.

Aquella noche el silencio estaba siendo más prolongado de lo habitual.

-¿Es que no vas a decir nada más?- Le espetó su esposa-, ¿te vas a quedar callado todo el camino?
-¿Y qué quieres que diga? Ya lo has dicho todo tú- respondió él sin mirarla.
-Ya estamos con tus palabritas de siempre, como si yo aquí tuviera la última palabra en todo, ¿no?-Lorenzo no le respondió- ¿no? Habla, por dios, di algo.
-No sé qué decir- dijo al fin.
-Pues, entonces, despierta- le ordenó ella.
-¿Cómo dices?
-Que despiertes.
-¿Pero qué tonterías dices? Estoy despierto.
-Que no, hombre, que no, que no estás despierto.
-Que te digo que sí.
-¡Que despiertes de una vez!

Lorenzo despertó justo a tiempo de dar un volantazo y esquivar así el coche que le venía de frente. Con el corazón a punto de escapársele por la boca fue reduciendo la velocidad para detenerse en la cuneta. Respiró profundamente, como si lo hiciera por última vez y miró al asiento vacío del copiloto.

Cuando llegó a casa lo primero que hizo fue acercarse al dormitorio. La puerta estaba cerrada. Dudó en abrirla. Llevaba casi tres semanas sin entrar. Por fin, la abrió. Todo seguía tal y como lo había dejado la última vez, tal y como le gustaba a ella. Se sentó en la cama y miró la fotografía de ambos sobre la mesilla de noche. Sonreían. Eran felices. Lorenzo cogió la fotografía y acarició la imagen de su mujer.

-Gracias, mi amor- dijo con la voz quebrada por el llanto.



sábado, 7 de marzo de 2015

MI PASIÓN POR GOYA

Adoro a Goya. Lo idolatro. Nada hay en su obra que me desagrade. Me apasiona su vida, lo que vio, lo que amó, lo que odió. Incluso le perdono que le gustasen los toros. Fue testigo excepcional de la historia, y no de una historia cualquiera, sino una llena de pasiones, violencias, incompetencias, vergüenzas y decepciones; la historia de España, vamos; para ser más concreto, los reinados del rey ilustrado Carlos III, del inepto de su hijo, Carlos IV, y del impresentable de su nieto, Fernando VII. Por si fuera poco, vivió la Guerra de la Independencia contra los franceses y eso le pasó factura. Todo lo pasó factura. Su sordera también. Luces y sombras.
Cuesta creer que el autor de El quitasol sea el mismo que el de Saturno devorando a sus hijos. ¿Cómo puede transformarse tanto el estilo de un artista? ¿Qué ha debido pasar en su mente para que la más dulce alegría torne en el más absoluto horror? ¿Era así como se sentía? Quizás por eso se autorretrató en tanas ocasiones. Si hiciéramos el ejercicio de contemplar en orden cronológico sus autorretratos comprobaríamos cómo su alma se la iba escapando con los años, agotado, pero, sobre todo, decepcionado, ¿de España?, ¿de los españoles?, ¿de sus reyes?
Para mí fue todo un gustazo hacerle aparecer en mi novela “La extraordinaria historia de Juan Barreto”. Lo cierto es que disfruté como un niño dándole vida, poniéndole mis palabras en su boca, haciendo que mis deseos fueran los suyos.
Para la nostalgia, y para cualquier videoteca que pretenda ser tal, queda la maravillosa serie que Televisión española hiciera sobre su vida en 1985. De hecho, cuando me imagino a Goya le pongo el rostro y la voz de Enric Majó que, con su enorme talento, dejó una interpretación para la historia.

 


miércoles, 4 de marzo de 2015

LA CARRERA DEL SIGLO

De vez en cuando, me apetece hablar de cine. Al fin y al cabo, es mi otra gran pasión.
Hay películas que me gustan no solo por su valía en sí sino por los recuerdos que me traen. Es el  caso de “La carrera del siglo” (1965). Cuando la veo pienso en esas sesiones de tarde maravillosas que nos ofrecía Televisión Española, cuando todavía la televisión era digna de ver. Recuerdo a mis hermanos y a mí desternillándonos de risa con esta película, en especial con el profesor Fate (magistral Jack Lemmon); recuerdo, un poco más tarde, cuando mis amigos cinéfilos y yo salíamos de fin de semana, o  nos reuníamos para jugar a las cartas y siempre brindábamos como lo hacía el alcalde del pueblo del oeste donde hospedaban a los pilotos; o usábamos nuestro grito de guerra “Necesito espacio para luchar” o imitábamos al príncipe afeminado (también magistral Jack lemmon). De vez en cuando nos enviamos algún mensaje por el móvil recordando esas frases.
Es una película de una simpleza que asusta: una carrera, de Nueva York a París; pero es que pasan tantas cosas en ese largo recorrido y son todas tan divertidas... ¿Y ese maravilloso Toni Curtis en su papel de El gran Leslie, al que todo le sale bien? ¿Y la absolutamente adorable Natalie Wood en su papel de periodista sufragista? Por encima de todos ellos, el inefable y maligno profesor Fate y su ayudante Max (Peter Falk). “Max, aprieta el botón”, es otra de las frases que gritábamos en nuestras noches de fiesta.
La esencia de este film tiene mucho de dibujo animado, de hacerse la puñeta a toda costa y que resulte divertido, de ponerte del lado del malo para que, de una vez, le salga algo bien, aunque sea hacer el mal. De hecho, esta película inspiraría años más tarde los personajes de Hanna- Barbera (que siempre pensé que eran una mujer) de “Pier no doy una”, “la señorita Penelope”, etc, de su serie “Los autos Locos”
¿Y qué decir de la música compuesta por Henry Mancini? Otra maravilla. Cuántas colaboraciones fantásticas nos dejó este tándem que formaban Mancini y Edwards, el director de la película.
Cuánta maestría reunida en un film. Me están entrando unas ganas locas de verla de nuevo.