jueves, 26 de febrero de 2015

ESFUERZO PATERNO (relato)

“Érase una vez que se era un reino donde la alegría y el consuelo anidaban a partes iguales en los corazones  de sus habitantes”

-¿Por qué, papá?
-Sí, ¿por qué? ¿Era el cumpleaños de la princesa?
-No, nada de cumpleaños, que salen muy caros.
-¿Qué?
-Nada, nada, vosotros escuchad.

“El motivo de tanta alegría era nada más y nada menos que la victoria en la guerra”

-¿Contra el Team Rocket?
-¿Contra quién?
-Son enemigos de los Pokemon.
-No, nada de Pokemon. ¿Y tú ahora por qué lloras, cariño?
-No me gustan las guerras.
-Pero esta ya acabó y ganaron los buenos.
-Pero, papá, no nos cuentes el final.
-Pero si he empezado por el final.
-Jo, qué rollo de cuento.
-Vosotros esperad, que ya veréis que la cosa se pone buena.

“El rey había vencido al monarca vecino, que con su avaricia había querido poseer más tierras”

-¿Qué es avaricia?
-Vale, lo cambio, lo cambio.

“El rey había vencido al rey vecino que era muy malo”

-¿Muy malo?
-¿Cuánto de malo?
-Muchísimo. El más malo de todos, horroroso, espantoso. ¿Y ahora qué te pasa?
-Tengo miedo.
-¿Pero por qué?, si  no es de miedo.
-Has dicho que era espantoso. No quiero escuchar más.
-No, ya verás que no es de miedo. Mira a tu hermano, el no tiene miedo.
-Pero el otro rey es malo, ¿no?
-Sí.
-Y le venció, ¿no?
-Sí.
-¿Y ya está?
-No, claro que no. Acabo de empezar. Oh, a ver cuándo vuestra madre cambia el turno en el hospital.
-¿Qué?
-Nada.

“Pero la gente no solo era feliz por la victoria; todos coincidían en mostrar su asombro”

-¿Por qué?
-Cariño…Te juro que te lo voy a contar ahora mismo.
-Vale.

“No se asombraban porque el rey condecorara a los más valientes de sus soldados. Se asombraban porque el más alto honor de esta guerra se lo había concedido a la institutriz de su hijo”

-Vale, ok, no hace falta que me preguntéis. Comprendo vuestras miradas. Una institutriz es como una profesora que atiende a solo un niño, en este caso al hijo del rey.
-¿Y no tiene que ir al cole?
-No, claro, le da las clases en el castillo.
-Qué guay.
-Un enorme castillo que…
-¿Y no tiene amigos?
-¿Quién?, ¿el hijo del rey? No lo sé, ¿por qué?
-Porque no va la a la escuela.
-Pues…supongo que no; la verdad es que no lo había pensado. ¿Vuelves a llorar?
-Es que no tiene amigos.
-Sí que tiene.
-Tú has dicho que no.
-Claro que tiene, que sí…su, su, institutriz es su mejor amiga. Va con él a todos lados. ¿Mejor?

“El caso es que la institutriz recibió la medalla más importante”

-¿Y sabéis por qué? Vaya…ahora no preguntáis.

“La gente sí se lo preguntaba; vaya que sí. ¿Cómo es que una simple profesora era premiada con esa distinción si ni siquiera había luchado en la guerra?”

-Hizo trampas.
-¿Cómo?
-Si no fue a la guerra tuvo que hacer trampas.
-No, claro que no hizo trampas. ¿Por qué os iba a contar un cuento donde se gana con trampas?
-¿Qué?
-Nada.

“Para entenderlo, tendríamos que retroceder unos cuantos años en el tiempo”

-¿Cuántos?
-¿Cuántos qué?
-¿Cuántos años?
-Pues no lo sé, unos cuantos…El príncipe era un crío como vosotros

“La anciana institutriz, que tantos años había servido a su rey, debía retirarse y descansar, de modo que el rey buscó una nueva para su hijito”

-¿Y la reina?
-¿Qué le pasa?
-¿Dónde está?
-Y yo qué sé.
-Es que nunca la nombras.

“El rey y la reina, vieron muchas candidatas a institutriz, pero ninguna les convencía”


-¿Por qué?
-Francamente, no lo sé.

“Hasta que por fin encontraron una. La reina no estaba muy de acuerdo con la elección de su esposo, pero éste le decía que no había que buscar más. Incluso los habitantes de su reino quedaron sorprendidos cuando lo supieron”

-¿Por qué? ¿Era muy fea?
-sí, ¿Era muy fea?
-No, claro que no. ¿Y qué si era fea? Chicos, recordad que la belleza siempre está en el interior.
-Eso es lo que dicen los feos.
-¿Pero qué dices? ¿Quién te ha enseñado eso?
-No sé.

“No. La institutriz no era fea. Había sido expulsada del reino vecino, el que años más tarde empezaría la guerra”

-Por fea, la echaron por fea.
-Que no.

“Cuando el rey supo el motivo por el que la había echado su vecino la aceptó de inmediato, pese a la negativa de su esposa”
“Ya verás- le dijo- llegará un día en que esta institutriz nos salvará”
“La reina aceptó la decisión de su esposa, y el príncipe creció sano y felizmente educado por la institutriz. Esta informaba puntualmente a sus padres de los progresos de su hijo, pero también de sus defectos”

-Como hace nuestra profesora.
-Exacto, eso es, muy bien. Veo que estáis entendiendo el cuento.
-La chivata.
-Pero, hijo, ¿qué dices? ¿Cómo que chivata?
-Sí, lo cuenta todo.
-Pero es su trabajo. En fin, sigo.

“El rey escuchaba atentamente todo lo que le decía la institutriz y trataba de corregir a su hijo como buenamente podía”

-Era el rey, su hijo tenía que obedecerle.
-Cariño, cada padre es un rey en su casa.
-¿Entonces tú eres un rey?
-No exactamente…
-¿Eres rey o no eres rey?
-Era, era una metáfora, por dios.
-¿Una qué?
-Sigo.


“De modo que el príncipe llegó a la mayoría de edad como un buen hijo que todo lo compartía con sus padres. Apenas discutían y siempre trataban de entender sus puntos de vista. Cuando estalló la guerra con rey malo, el príncipe luchó junto a su padre hasta la victoria final. Sin embargo, el otro príncipe discutió cada una de las órdenes de su padre…”

-¿Sí, cariño?
-¿Cuántos príncipes hay?
-Dos, hay dos. Tienes razón, no había hablado del otro príncipe. Joder, qué difícil es esto.
-Has dicho una palabrota.
-No, qué va, es del cuento.
-Se lo voy a decir a mamá.
-¿Ah, sí? ¿Quién es la chivata ahora? Ja. ¿Y ahora por qué lloras?
-Yo no soy ninguna chivata.
-Claro que no, cariño mío, claro que no. No me hagas caso.
-Eres una chivata, eres una chivata.
-Cállate hijo, por dios.

“El rey malo tenía un hijo que había sido educado por nuestra institutriz hasta que la echaron. Ese príncipe, el dey rey malo, no el dey rey bueno, había crecido muy malo”

-Como su padre.
-Exacto, muy bien.

“Pues cuando llegó la guerra, el rey malo y su hijo discutieron por todo, hasta que el hijo fue contra su padre. Eso lo aprovechó el rey bueno para ganar la guerra. Y todos fueron felices y comieron perdices”

-¿Y la institutriz?
-Ostras, es verdad.
-No me gusta comer perdices. Las perdices son animales buenos.

“Cuando el rey condecoró a la institutriz le recordó a su esposa las palabras que le había dicho cuando la aceptaron en la tarea de educar a su hijo”
“¿Y por qué, amado esposo, padre de mi hijo? ¿Por qué lo sabías?’”

-Sí, ¿por qué?
-Por fea.
-Y dale con la fea.

“Cuando hablé con ella por primera vez- le contestó el rey- le pregunté los motivos por los que le habían echado del reino vecino y me dijo: “Por decir la verdad; yo siempre digo la verdad” “¿Y qué fue lo que le dijiste para que no quisiera verte más?- le preguntó el rey- “Le dije que su hijo era un chiquillo maleducado que necesitaba dos buenos azotes y que si quería se los daba yo mismo”
“Desde ese momento- le dijo el rey a la reina- supe que era la institutriz perfecta para nuestro hijo, y no me equivoqué”

-¿Qué?, no está mal el cuento, ¿eh?
-¿Pero ya acabó?
-Claro.
-¿Y el príncipe hizo más amigos?
-¿Qué?, no sé. ¿Pero es que no habéis entendido el cuento?
-No.
-Yo tampoco.
-Pues qué raro porque me lo contó vuestra profesora.















jueves, 19 de febrero de 2015

EN LOS LÍMITES DE LA REALIDAD (relato dialogado)

Cuando el guardia civil le ordenó pararse en la cuneta,  Mario creyó sufrir el mayor susto de su vida. La Benemérita siempre le había despertado mucho respeto y, como todos, levantaba presto el pie del acelerador cuando intuía la presencia de uno de sus coches patrullas. A medida que veía aproximarse al agente, apretaba el volante compulsivamente. Debía mostrarse sereno; después de todo, él no había hecho nada.

                -Buenas noches- le saludó el agente, acompañando sus palabras con el típico gesto militar- ¿Sabe usted por qué le he parado?
                Mario le miraba impresionado; no podía evitar fijarse en el bigote reglamentario del guardia civil. ¿Por qué lo llevarían todos?, se preguntaba.
                -Pues la verdad es que no, pero ya que lo menciona, es que llevamos un poco de prisa y si no le importa…
                El agente ignoró de plano la reivindicación del conductor. Demasiadas veces había oído lo mismo.
                -Iba usted dando bandazos. ¿Ha bebido?
                Los ojos parecieron saltárseles de las órbitas al pobre Mario.
                -¿Quién?, ¿yo? En absoluto. Es que iba discutiendo con mi esposa, pero nada serio, no crea…
                -Ah, ¿que iba hablando por el móvil?
                Ahora sí que Mario no entendió nada.
                -¿Perdón?, ¿Por el móvil?
                -Ha dicho que discutía con su esposa.
                -Claro, pero es que mi esposa está aquí. Salúdale, cariño, por favor- dijo volviendo el rostro hacia el asiento del copiloto.
                El agente sonrió tratando de mantener la paciencia.
                -¿Cómo ha dicho?
                -Que mi mujer está aquí. Discutíamos por tonterías, ¿verdad cariño? Y…
                -Espere, espere, espere- el agente dejó pasar unos segundos que a Mario se le antojaron eternos- ¿Me está tomando el pelo?
                Mario creyó que su estómago se le volcaba.
                -Pues claro que no. Nunca se me ocurriría algo así. No, por dios, ¿Por qué lo dice?
                -¿En serio me lo pregunta?
                -Sí, claro. Si he dicho algo que le haya podido ofender, le ruego que me disculpe.
                -Algo que me ofenda- repitió incrédulo- Tiene huevos la cosa. Todavía me dice que si me ha dicho algo que me ofenda. Ande, salga del vehículo.
                Mario tembló.
                -¿Pero por qué?
                -Mire, ya está bien la bromita.
                -¿Pero qué bromita, por dios?
                El agente se calmó y sonrió condescendiente.
                -Está bien, está bien. ¿Quiere jugar?, Juguemos. Dice usted que discutía con su mujer, ¿no es así?
                -Sí, claro, ¿verdad, cariño?- y miró a su derecha.
                -Y que no lo hacía con el móvil
                -Pues claro que no, ¿no ve que mi mujer está aquí?
                El agente desvió la vista cansado de la conversación.
                -Ya está otra vez. ¿Usted se burla de mí o es que está loco?
                -Ninguna de las dos cosas- dijo empezando a alterarse.
                -Está bien, si lo quiere así: ¿No ve que ahí no hay nadie?- dijo refiriéndose al asiento del copiloto.
                Mario quedó petrificado por unos instantes.
                -¿Cómo dice?
                -Sí, sí, sí. Ya está bien de tanta burla. Venga, salga del coche.
                -Oiga, por favor, que mi esposa está aquí conmigo. Le saludó antes y le saluda ahora también. Por favor, cariño, dile algo, rápido, que esto no es normal- y volvió a mirar al agente-¿Ve? ¿Satisfecho? Ahora, ¿sería tan amable de dejarnos continuar?
                El agente empezó a alterarse también.
                -¡Pero será posible! ¿Es que insiste?
                -¿En qué, dios mío? Si mi esposa está aquí. ¿No será usted el loco?- y miró rápido al asiento del copiloto- No, mi amor. Nos tenemos que poner en nuestro sitio; me da igual lo que me pase.
                -¿Me llama loco?- protestó el agente.
                -No se lo llamo, se lo pregunto.
                -Mire, ya está bien. Fuera de una vez, fuera la digo- le gritó.
                Mario tragó saliva.
                -Espere, espere, le diré lo que haremos.
                -Aquí solo se hace lo que yo digo. Está usted faltando a la autoridad.
                -No, espere, se lo ruego, escúcheme un momento. Ustedes siempre van en pareja, ¿verdad? Dígale a su compañero que venga, a ver si él tampoco ve a mi esposa. Oh, esto es de locos, desde luego- dijo mirando a su derecha- por favor, agente, hágalo.
                El agente suspiró cansado. Miró hacia atrás y gritó.
                -¡Ramírez!- y le hizo un gesto para que se acercara.
                Ramírez salió del coche y se acercó a su compañero.
                -A la orden, mi sargento.
                -Ramírez-le dijo en voz baja, aunque no lo suficiente como para que Mario no lo oyera-, tenemos aquí un chiflado. No sé si sería mejor llamar directamente al hospital. Echa un vistazo.
                Ramírez se inclinó para mirar en el interior del coche.
                -Señor- saludó a Mario-, señora- se incorporó y miró a su superior-. No veo nada extraño, mi sargento.
                El sargento sintió un frío helado que le subió por la espalda hasta la nuca.
                -¿Cómo has dicho?- preguntó con temor.
                -Que no veo nada extraño, señor.
                -No, no, antes. Has saludado a dos personas.
                -Claro, mi sargento, al conductor y al copiloto. Imagino que será su esposa.
                Las manos del sargento empezaron a temblar. Mario no pudo evitar mirarle con cara de satisfacción.
                -¿Qué?- le dijo al sargento-¿quién es el  chiflado ahora?


sábado, 14 de febrero de 2015

TALLER DE ESCRITURA (reflexión literaria)

TALLER  DE ESCRITURA (reflexión literaria)

Si alguien tuviera la osadía de pedirme que impartiera un taller de escritura tendría que decirle irremediablemente que no; eso sí, con mucha educación. Claro que pudiera ser que ese taller durara la nada despreciable cantidad de tiempo que son cinco minutos. En ese caso, le diría que soy la persona que está buscando. Sin ningún ánimo de rebajarme la modestia a la altura de los tobillos ni de resultar pretencioso, ¿qué puedo enseñar yo a nadie sobre escribir? No sigo ninguna norma ni canon establecido por los consagrados (que yo sepa), tampoco sigo  ninguna escuela, no tomo notas (jamás), ni trabajo con esquemas. No uso una pizarra donde colocar a los personajes y sus evoluciones. Escribo por intuición y sirviéndome de mi memoria residual. De modo que mi taller quedaría a expensas de cuatro pequeños consejos que sí que es verdad que llevo a rajatabla: no empezar una novela si no conozco previamente su final; escribir todos los días, una hora, o el equivalente a una hoja de Word; leer literatura del siglo XIX y ver muchas películas, a ser posible en el cine. Los digo seguidos y no me llega ni a cinco minutos. Los alumnos del taller se me quedarían mirando pasmados, preguntándose si les han estafado.

Bueno, profundicemos un poco en estos consejos, a ver si puedo estirar unos minutillos más.
Lo de no empezar una novela si no conozco su final no es algo que me lo proponga; es que, simplemente, no puedo avanzar si no sé a dónde voy, cuál es el destino de los personajes, etc. Hay quien pueda decirme que, de este modo, coarto la libertad de la historia que estoy contando, que no me dejo llevar, y lo más probable es que tengan razón. Yo a mi creación le doy toda la libertad que deseo, siempre y cuando me conduzca al final que le tengo previsto.

Escribir todos los días es una cuestión de disciplina. Si mi ocupación principal no fuera la enseñanza (ni ninguna otra) seguramente esto de escribir me lo tomaría con más calma. El tener el tiempo tan absorbido por mi profesión hace que me discipline con la escritura dedicándole siempre un ratito (una hora) al día. ¿Y si no tengo inspiración ese día? No importa, escribo, aunque lo que escriba no sirva para nada. ¿Y si me sobra la inspiración ese día y me apetece continuar escribiendo? No lo hago pues me quitaría tiempo del resto de mis ocupaciones; además, así me queda inspiración para el día siguiente.

Leer literatura del siglo XIX. Esto es muy, pero que muy subjetivo. A mí me funciona ( y se lo debo a la insistencia de mi hermano). Cuanto más bebo de la inagotable fuente de esa centuria, más seguro y completo me siento como escritor.

Ver muchas películas. Esto es fundamental; de todas las épocas, países y géneros posibles, incluidas las películas de animación. ¿Para qué? ¿Con qué parte del proceso creativo de un escritor puede estar relacionado amar el cine? Con el ritmo. Lo dominarás, lo harás tuyo; sabrás lo que tiene que ocurrir cuando tenga ocurrir; sabrás cuándo deben aparecer los giros de la trama y cuánto ha de durar cada parte de la novela. Nadie dirá de mis novelas que le han aburrido, que no tienen ritmo. Dirán que no conectaron con los personajes, que la temática no les atrajo, que no les agradó el final, pero nunca que no tienen ritmo.

Visto así, habiendo profundizado un poco en estos consejos, puede que sí me dé para un taller de un horita, pero poco más. Luego café y tertulia.



viernes, 6 de febrero de 2015

REENCARNACIÓN (relato breve)

Alberto supo hacer creer a la policía con exquisita frialdad que él no tenía nada que ver con la muerte de su esposa; pero es que él era así, frío en los momentos más tensos, como cuando la asesinó. No es que pudiera esgrimir a su conciencia algún tipo de justificación. No.  Su terrible acción fue algo premeditado, calculado a conciencia desde el noviazgo. Ese es el motivo por el que los del seguro no tuvieron más remedio que pagar un cantidad astronómica que, sumada a la herencia del testamento, lo convirtió en uno de los hombres más ricos del país.
                Alberto no perdió el tiempo; por algo había estado esperando su momento tantos años. Gastó enormes sumas de dinero en los casinos solo por el placer de perderlos; contrató los servicios de costosísimas prostitutas de lujo; consumió todos los cruceros que el mercado ofrecía; se alojó en los mejores hoteles del mundo…En fin, para qué cansar.
                Pasada una década, Alberto empezó a aburrirse. Cualquier cosa que se obtuviera con dinero ya lo había probado y repetido hasta la saciedad. No obstante, nunca había matado animales; de modo que contrató los típicos servicios de cacería ilegal que pululan en África. Primero les tocó a los elefantes. Nunca se había sentido mejor decidiendo sobre la vida de un ser vivo tan descomunal. Por supuesto, nunca les perdonó.  Sus compañeros de matanza le animaron a la búsqueda y asesinato de los leones. Por un momento dudó, pero le tranquilizaron asegurándoles que ellos le protegerían; y, en efecto, la adrenalina se le disparó (nunca mejor dicho) cuando aquella fiera empezó a correr hacia él. Cinco disparos de gran calibre tuvo que efectuar para robarle la vida justo en el instante en que se abalanzaba contra él. Se sintió el rey del mundo, aunque le duró poco ya que uno de sus compañeros comentó que aquello no era nada en comparación con la caza del tigre. Esos demonios eran capaces de saltar hasta la grupa de un elefante y arrancarte un brazo con sus garras. Apasionante.
                Dispuso más recursos para organizar un espectacular safari clandestino por La India en busca de tan preciado felino solitario. Hasta los elefantes, temerosos, caminaban en silencio entre los juncos. Por fin, un mancha naranja y negra se vislumbró entre la maleza. No supieron cómo, pero en cuestión de segundos, el tigre había saltado con toda su majestuosidad contra el segundo elefante y tumbado a Alberto. El resto del grupo huyó despavorido sin poder controlar a los paquidermos.
                El tigre avanzó hasta Alberto, que ya se había meado encima, hasta acorralarlo contra un árbol. El cazador convertido en cazado. Sí, las típicas vueltas que da la vida. No obstante, el felino se tomo su tiempo. Observaba con redomado placer el rostro de su víctima  a un palmo de distancia. Alberto era incapaz de mirar a sus enormes ojos amarillos, pero cuando lo hizo, su cuerpo entero se estremeció al comprobar algo terriblemente familiar en ellos.