sábado, 30 de agosto de 2014

Diseñando la portada


La elaboración de la portada y contraportada de "Mis ojos llenos de ti" fue un proceso corto pero intenso. Ya desde el primer momento, Carlos Fortes, el ilustrador, me presentó un borrador que se acercaba bastante a lo que sería el resultado final. Se involucró desde el principio y fue muy paciente conmigo. Yo alucinaba viéndolo trabajar con esa megamesa digital que tiene. Se mueve como pez en el agua con ella. Me iba enviando bocetos de manera incansable y yo poco podía aportar porque él siempre clavaba a la primera todos mis pensamientos en su dibujo. Luego llegó la última fase, la de maquetar las ilustraciones en los parámetros de Amazon; ahora me río pero fueron unos días de lo más estresantes con esos emails a tres bandas entre Carlos Fortes, Lucía Bartolomé (encargada de la edición) y yo. El resultado habla por sí mismo. 
Aquí tenéis alguno de los bocetos de la portada.

jueves, 28 de agosto de 2014

Polvo de estrellas


Hace unos veinte años llegó de casualidad a mis oídos la melodía de un programa de radio. Con los auriculares de mis walkman puestos, trataba de soportar el calor de las noches veraniegas escuchando la radio hasta que me entrara el sueño. Recuerdo que el reto era ver lo que seguía al programa de José María García (en Antena 3 radio), un programa eterno, pero que su protagonista lograba llevar bastante bien. Por fin, una noche, lo logré. Imposible olvidar aquel momento, pues entraba por primera vez en contacto con “Polvo de estrellas”, el programa de cine de Carlos Pumares. Definir a este señor es complicado, pues tiene tantos seguidores como detractores, pero yo le debo mucho: para empezar, que me entretuviera en el sopor de la canícula y, sobre todo, mi cultura cinematográfica, que si es amplia, es gracias a él. Precisamente por ello, en mi novela, “Mis ojos llenos de ti” le hago un sentido homenaje. Para gran sorpres mía, encontré en Facebook una página que se llama "Polvo de estrellas" y cuyo administrador cuelga de vez en cuando alguno de los programas de Pumares. Qué emoción volver a escuchar aquella música encantadora con la voz voluptuosa que anunciaba el programa. Os dejo aquí un video de youtube dondes se recoge el audio de su famoso especial sobre "2001, una odisea en el espacio", en el que explica la película, si es que esa película tiene explicación. En esta grabación ya no está en Antena 3 sino en Onda cero. 


martes, 26 de agosto de 2014

La buena samaritana (relato)

Describir el grado de decepción de María podría ser complicado y, además, nos llevaría mucho tiempo. Toda la vida había querido ayudar a los demás, probablemente inspirada por la profesión médica de su padre, o, quizás porque siempre había admirado a Teresa de Calcuta. Negada para las ciencias y sin vocación eclesiástica, María se metió en mil organizaciones de ayuda desde su más tierna pubertad. No tenía tiempo ni para pensar en los chicos que, ni que decir tiene, la veían como a una atractiva bastante extraña; o sea, que al mismo tiempo que querían acercarse a ella deseaban alejarse. No le importaba, pues en lo único en que pensaba era en ser útil al prójimo.
            Sin embargo, de alguna u otra forma, María acababa siempre decepcionada con las organizaciones a las que se asociaba. Al principio lo relacionaba con la diferencia de edad que había entre ella y la mayor parte de sus miembros, que, por cierto, no les resultaba nada extraña y sí muy atractiva, de modo que casi todos acababan rondándola; quizás fuera también por esto que sus ilusiones se disipaban pasado un tiempo en la organización. ¿De verdad que no había ninguna ONG en la que ninguno de sus miembros intentara ligársela y se centrara definitivamente con ella en el objetivo de la misma?
            Pasados los veinticinco años, y con una licenciatura en filología árabe a cuestas, dio con lo que pensaba era la organización perfecta, pues nadie la pretendía. Qué a gusto se sentía colaborando entre tanta sinceridad, entre tanta acción desinteresada. No había una actividad a la que no acudiese llevando todo su entusiasmo. De hecho, nunca pensó que su entusiasmo pudiera jugarle tan mala pasada, pues los presidentes de la organización lo esgrimieron para prescindir de ella. No se lo podía creer. Según les había entendido, se implicaba tanto en la colaboración que los demás acababan apartándose, señalándola como una niña de papá encaprichada, probablemente movida por remordimientos burgueses, con ayudar al prójimo.
            Insultada, humillada, rebajada…Así se sentía  María al salir de la sede; pero si lo único que deseaba con toda su alma era ayudar, especialmente en esta última donde se rehabilitaba a toxicómanos. Después de dos años de colaboración, resultaba que no servía debido a su exceso de entusiasmo y un carácter ciertamente impetuoso. Tan afectada quedó que terminó descuidando su trabajo de venta de seguros por teléfono, porque, como es obvio, como filóloga arábiga no se comía un rosco, hasta que la echaron.
            Su desazón iba en aumento, no tanto por haber perdido el trabajo sino porque se había extendido su cese de la ONG entre otras organizaciones y, a esas alturas, se había convencido de que no podría colaborar con ninguna otra, al menos en esa ciudad. Si ella solo quería ayudar; consideró seriamente la posibilidad de acudir a un psicólogo, trasladarse a otra provincia, convertirse al budismo…
            Aquella mañana, iba María camino de las oficinas del paro con la cabeza puesta en los necesitados. Siempre había sido una gran despistada y no era de extrañar que durante el día tropezara con más de un transeúnte o se equivocara de calle. Aquella estaba resultando una jornada de máxima distracción, por lo que, tras chocar con tres viandantes, acabó perdida. Cuando se percató de su desorientación quiso llorar ya que donde se suponía que debían estar las oficinas del paro había un banco. Ella no quería una incubadora de crisis, quería poder arreglar sus papeles en una oficina de empleo. Buscó a quien preguntar, cayendo sus ojos en un joven que aguardaba al volante de su coche aparcado en doble fila. Su rostro le pareció fiable y se acercó a él.
           - Perdona, verás, es que me he perdido; increíble porque llevo viviendo en esta ciudad por lo menos diez años, desde que mi padre cambió de hospital y vine a hacer el instituto aquí. El caso es que yo estaba convencida de que donde está ese banco había antes una oficina de empleo, porque me han despedido, ¿sabes?, como a mucha gente estos días, espero que no sea tu caso. A mí, por despistada; como lo oyes. Bueno, en parte tenían razón porque yo no hacía otra cosa que pensar en la ONG donde colaboro, perdón, colaboraba porque de ahí también me han echado…Oye, ¡Yo a ti te conozco!
            El joven en cuestión, escuchaba sorprendido la verborrea de la desconocida. Nervioso, apretaba sus manos al volante deseando que aquella loca se marchara de una vez, pues resultaba de lo más inoportuna; pero cuando oyó que le conocía quedó paralizado.
            - ¿Ah, sí?- balbuceó-, no creo.
            - Que sí, que sí- insistía María acompañando su histerismo con pequeños brincos-, pero ¿de qué, Señor?, ¿de qué te conozco?
            -Yo creo que no, además estoy esperan…
            - Ya sé, ya sé, ya sé, del instituto, del Miguel Hernández- el joven quedó sin respiración pues él había estudiado ahí-. Tú eres Raúl. Ay, ¿cómo te apellidabas? Bueno, es igual. Raúl, ¿no te acuerdas de mí? Soy María, la friki de las ONGs.
            Un ligero brillo en los ojos del joven acabaron por delatarle.
            -¿Ves como eres Raúl?- continuó María-. No me digas que no te acuerdas, si todos queríais ligarme. Bueno, ahora que lo pienso, tú nunca lo intentaste.
            Raúl hacía lo posible por mirar al banco, pero el cuerpo de María se lo impedía. Suspiró vencido.
            - Sí, soy Raúl y me acuerdo de ti- le confesó pensando que así se libraría de ella. Error. Grande.
            - Jo, qué ojo tengo- dijo con el mismo entusiasmo-, mira que esta ciudad es grande, ¿eh? Y me vengo a perder justo aquí, donde estás tú y encima te pregunto por una oficina de empleo.
            Un pequeño silencio se interpuso entre los dos. Raúl no estaba dispuesto a decir ni una palabra más y María no podía consentir que ese silencio continuara prolongándose.
            - Y dime, ¿qué haces? Yo ya lo ves, camino del paro,  que estos días es lo común; espero que no te encuentres en la misma situación. La verdad es que te perdí la pista en seguida. ¿Terminaste el insti?, ¿qué hiciste? Yo me metí en filología árabe, ¿te lo puedes creer? Me pareció de lo más romántico, y mira que mis padres me insistieron para que hiciera otra cosa…Oye, que mejor me meto en el coche, ¿no? Y hablamos con tranquilidad. ¿Tienes mucha prisa?
            - Sí, sí, muchísima- le respondió velozmente viendo una vía de escape con esa pregunta.
            - Si es solo un momento, con la de años que no nos vemos.
            María empezó a rodear el coche dirigiéndose al asiento del copiloto.
            - No, no, no- protestó Raúl, pero fue en vano. Dos segundos más tarde, estaba sentada a su lado. Raúl empezó a sudar, lo notaba en sus manos que continuaban apretando el volante. Al menos ahora podía ver claramente el banco.
             -Oye, que tienes el motor encendido- le indicó María-, sí que tienes prisa. Bueno, te prometo que será solo un ratito, en lo que sale tu mujer del banco, porque la estás esperando, ¿no?, o a tu novia. ¿Tú te has casado? Yo no. He tenido mis novietes, pero la verdad es que no compartían mis deseos de ayudar a los demás; en resumen, que eran todos unos egoístas, como en el instituto, que todos andabais detrás de mí, ¿te acuerdas? Todos menos tú, que no me soportabas.
            Aquel comentario consiguió desconectar a Raúl de sus más inmediatas preocupaciones y, por primera vez, mostrar interés por el monólogo de su antigua compañera.
            - ¿Por qué dices eso?, me caías bien.
            - Pues chico, ¿qué quieres que te diga? Nunca me dirigías la palabra, era como si te escondieras de mí.
            Los recuerdos, que para Raúl estaban muertos y enterrados, acabaron resucitando con las palabras de María.
            - Bueno- empezó diciendo Raúl en voz baja-, es que era muy tímido, pero sí que me caías bien.
            Sus ojos se encontraron provocando en María una alegre e inusual sensación. Nunca antes había visto tanta dulzura en una mirada; hasta tuvo la sensación de quedarse bloqueada, y eso sí que era raro en ella. Raúl creyó estar reviviendo aquellos años de instituto; años confusos en los que su timidez le llevó a seguir la corriente constantemente, una corriente equivocada, de eso estaba seguro. María no tardaría en preguntarle cómo le había ido en la vida y entonces no tendría otra que mentir, pero se lo notaría, estaba seguro. La voz de su antigua amiga quedó amortiguada por las imágenes que fluían en su memoria. Vestida siempre como la más hippie de las hippies, siempre con la matraquilla de ayudar a los demás, siempre con su discurso incansable. Nunca se atrevió a decirle que estaba de acuerdo con ella, nunca dio los pasos suficientes como para acercarse a ella y pedirle una cita, como hacían los demás. Sí hizo caso, sin embargo, a todos los capullos que le llevaron a repetir ese curso y a no a terminar nunca sus estudios. Tampoco a ellos había sido capaz de negarles un porro o una raya.
            - ¿Y dime, cómo te ha tratado la vida?
            Allí estaba la pregunta maldita. ¿Por qué tendría que haberse tropezado con ella?, ¿por qué no se iba de una jodida vez?
            - Pssa, ya sabes, un poco como a todos; unos trabajillos por aquí, otros por allá, siempre en la construcción.
            Raúl temió haber respondido con un tono demasiado lastimoso, pues lástima era lo último que quería despertar en ella. Los nervios, que aparentemente, habían desaparecido, afloraron de nuevo para hacerle estrangular el volante. María, probablemente por primera vez en su vida, permaneció en silencio. Había quedado prendada por la candidez de aquellos ojos que ocultaban torpemente una vida llena de tropiezos.
            - ¿Sabes lo que vamos a hacer?- le preguntó entusiasmada- Vamos a tomar un café.
            - ¿Qué?- protestó,  más que preguntó.
            - Sí, un café, ya sabes. Vamos los tres.
            La idea le tentó, pero estaba allí en ese coche arrancado por algo y debía renunciar a ello si quería aceptar esa propuesta.
            - ¿Tres?, ¿qué tres?
            - Estás esperando a tu novia, ¿no? En el banco.
            Raúl miró unas tres veces a la puerta del banco. Respiró hondo.
            - ¿Te encuentras bien?
            - Sí, sí. No estoy esperando a nadie- soltó a toda velocidad- esperaba a un amigo para pedir un préstamo pero ya con la hora que es no creo que venga.
            -Bueno, pues mejor que mejor. Vamos a por ese café, o un té; no sé qué te apetece más. Es un poco temprano para una cerveza, ¿no? Aunque a lo mejor para ti no. Uy, qué torpe, no vayas a interpretar que por tu aspecto te he imaginado bebiendo cervezas en el desayuno. A ver, que tu aspecto no tiene nada de malo, ¿no te acuerdas de cómo iba vestida yo en el insti? De risa, pero mira, nunca me he arrepentido de ello. Estoy muy orgullosa de no haber caído en las modas, aunque vestir de hippie supongo que también sea una moda, no sé, ¿tú cómo lo ves?
            Raúl había empezado a mover el coche. La voz de María le sonaba como una de esas canciones maravillosas que, de pronto y, sin avisar, nos sorprenden en la radio. Ya solo porque no te la esperabas te suenan mejor. Así estaba él, disfrutando de aquella melodía que había irrumpido en su vida sin previo aviso.
            Habían girado ya la esquina de la larga calle cuando se activó la alarma del banco. Con una sincronización casi perfecta con aquel ruido estridente, dos hombres encapuchados salieron de la sucursal pistola en mano y cargando unas maletas deportivas considerablemente abultadas. Quedaron paralizados pues algo en su atraco perfecto no estaba funcionando.
            -¿Y Raúl?, ¿dónde está ese capullo?
            Miraban desesperados a ambos lados de la calle.
            -Pero si estaba aparcado aquí mismo.
            -Hijo de puta. Nos ha vendido.
            -¿Qué hacemos?
            -Correr, coño, correr.


sábado, 23 de agosto de 2014

Promesa cumplida, señorita Austen

Bath
Hace unos años tuve la oportunidad de residir durante un mes en la ciudad de Bath, al sur de Inglaterra. Fue una experiencia muy positiva para mí por diversas razones. La ciudad en sí es muy linda, muy clásica, pero en el mes de julio está atiborrada de estudiantes de todas las partes del mundo que vienen para avanzar con su inglés. Eso la hace un tanto ruidosa, pero aún así, es posible encontrar rincones muy bellos y tranquilos. En más de una ocasión hacía mi camino pasando por delante de la casa de Jane Austen. Por aquel entonces yo no había leído nada de ella, pero la conocía por la maravillosa adaptación que de "Sentido y sensibilidad" había hecho Emma Thompson para el cine. Antes de terminar mi estancia en Bath le prometí a la señorita Austen que me leería todas sus novelas. Espero que no esté muy molesta conmigo pues esa promesa la he venido a cumplir este verano.

Casa museo de jane Austen en Bath
He leído todas sus novelas menos las inconclusas y he de decir que, si bien al principio me resultó un poco tedioso, acabé enamorándome de sus historias y de sus personajes. Empecé con la novela que identifica a la autora, “Orgullo y prejuicio”, y creo que no fue una buena idea. Ahora que lo sé, recomiendo a todo aquel que se estrena con la novelista que empiece con “Lady Susan”  o con “La abadía de Northanger”. Tiene “Orgullo y prejuicio” en abundancia una de las características propias de Austen, el diálogo. No paran de hablar, no hay respiro y, en apariencia (insisto, en apariencia), parece que no hablen de nada o que la historia no avance; de ahí que me costara tantísimo acabar la novela. Con “Sentido y sensibilidad” fue distinto pues ya iba yo sobre aviso, de modo que la leí de un tirón. “Mansfield Park” es una especie de Cenicienta con unos diálogos extraordinarios. “Emma” empieza lentísimo, muy cercana al tedio, pero a mitad de la historia se vuelve realmente entretenida. “Amor y amistad” no cuenta como novela; es un recopilatorio de pequeños relatos  de cuando la autora contaba con trece años. Como curiosidad, no está mal. “Persuasión”, “La abadía de Northanger” y “Lady Susan” son auténticas maravillas de obligada lectura.

Retrato de Jane Austen
He comprobado que cuanto más diálogos tienen sus novelas más me cuesta entrar en ellas, y cuanto más narración mejor me lo paso. Porque se trata de eso, de pasárselo bien mientras uno lee. Me he sumergido en su universo y por espacio de un mes y medio me he sentido como un miembro más de las familias protagonistas, porque si algo tiene Jane Austen es la virtud de mostrarte la sociedad que le tocó vivir sin criticarla. Desde mi punto de vista, es un acierto; ya se encargará el lector de criticar esa sociedad. Ella no se queja (y tenía motivos), solo muestra y te hace partícipe. Desde luego, lo que vi, no me gustó: una sociedad en la que le mujer está encerrada y cuyo papel es únicamente ser acompañantes, amas de casa, hijas sumisas y obedientes, virtuosas exclusivamente de la música y las labores domésticas. En todos sus libros los protagonistas son mujeres que aspiran a ser escuchadas, a ocupar su puesto en la sociedad por sí mismas, a enamorarse, a no casarse por imposiciones o conveniencias. Lo cierto es que te identificas con sus tribulaciones y deseas ardientemente que la historia acabe bien para ellas (menos con Lady Susan, claro; menuda arpía)
Las novelas de Jane Austen siempre cuentan con algún personaje que llama la atención por su personalidad, independientemente de la moralidad con la actúen. Son personajes que, por sí solos, podrían protagonizar varias novelas. Hablo, por poner algún ejemplo, de Henry Crowford o la señora Norris en “Mansfield Park”, el coronel Brandon en “Sentido y sensibilidad”,  o Frank Nightley en “Emma”.

Bath es otro de los protagonistas en algunas de sus
novelas. Por lo que sé, nunca le gustó residir en ella (aunque la ciudad le esté sacando mucho partido a su estancia allí) y eso se percibe sin disimulo en sus historias.

Bueno, señorita Austen, espero que acepte mis disculpas por mi retraso en el cumplimiento de mi promesa.


 

Un comentario al margen de Jane Austen: lo peor de Bath son, sin duda, las gaviotas. Qué impertinentes y repugnantes me resultan (mío, mío, mío, mío…)

martes, 19 de agosto de 2014

Desde otro punto de vista (relato corto)

 “Me arrastran a la muerte. ¿Por qué? ¿En nombre de qué? ¿De qué ha servido la educación occidental que quisieron darme? Este vapor de cáñamo es insoportable; me asfixia, me embriaga. Debo resistir; no puedo sucumbir a sus encantos. Quiero mantenerme consciente todo el tiempo posible. No lo entiendo: nadie me auxilia. Todos gritan el nombre de mi difunto marido y el mío. Luego, un grito más fuerte, desgarrador, en honor a Kali. Me queman viva, ese es mi premio por haber vivido bajo los designios de una sociedad ignorante, salvaje. Mis padres concertaron mi matrimonio con un viejo decrépito al que solo restaban unos suspiros de vida y ahora me imponen seguirle en la muerte. No pueden quitarme la vida con la clemencia de un veneno; han de quemarme junto a los restos del fallecido. Nada sentí por él y dudo que jamás lo hubiera sentido, aunque los dioses le hubieran obsequiado con cien años más de vida. ¿Es ese suficiente pecado como para no dejarme vivir? ¿No eres dueña en esta tierra de tu propia vida? No, si eres mujer. ¿Entonces por qué mi formación inglesa? ¿Qué se pretendía con mi educación si mi destino era morir en medio del fanatismo más extremo? "

“Atravesamos la jungla. El calor y el vapor del cáñamo hacen sus efectos. No puedo razonar con claridad. De pequeña nos asustaban con la pagoda de Kali y heme aquí, frente a ella. Es más imponente de lo que jamás pude recrear en mis pesadillas. Huele a muerte y, sin embargo, también es nuestra diosa del amor. No puedo concebir una contradicción más grande, más terrorífica. No cesan en sus cantos, ni siquiera ahora, que hemos llegado a nuestro destino. Cae la noche. No me alimentan. Caigo en un sopor que me conduce a un sueño que no deseo”

“Amanece. La turba está más excitada que nunca. Me suben a la pila de madera. Mi marido yace junto a mí. Él no sufrirá los embates de las llamas, yo sí. Mi único deseo en esta hora fatal es morir ahogada por el humo antes de que el fuego lacere mi piel. Más gritos, más invocaciones. La locura se apodera de ellos. Son una masa irracional que disfruta con mi martirio. Sube el humo, empiezo a asfixiarme. La cabeza se me nubla. Apenas puedo distinguir algo que, por asombroso, es imposible que suceda y, no obstante, está ocurriendo. Mi marido se ha levantado ante el estupor de la masa, que se arrodilla temerosa de la ira de kali. Yo ya no tengo fuerzas para temer nada. Mi difunto esposo se acerca y me desata. Solo cuando me coge en brazos percibo que no sé quién es. Únicamente distingo su juventud. No habla. No hay tiempo para conversar. Desconozco el origen de su fuerza y habilidad pero desciende la pila conmigo a cuestas y atraviesa la marabunta ignorante. Me desmayo, pero recobro la consciencia solo lo suficiente para ver que me suben a un elefante. Es ahí donde vuelvo a desfallecer”

“Desconozco cuánto tiempo he estado sin sentido. Al despertar veo el rostro amable aunque serio de un caballero que se presenta como Phileas Fogg.  Me dice que su criado me ha salvado, que no corro peligro. Huimos sin demora pues están dando la vuelta al mundo. Quisiera agradecérselo pero todo es tan confuso para mí…”


                                                              Por Carlos Roncero (a Julio Verne, con cariño)

domingo, 17 de agosto de 2014

Irving



 "Mis ojos llenos de ti" es una novela que está llena de referencias culturales. La música y el cine están muy presentes en todo lo que hace y piensa Leonardo, uno de sus protagonistas. En un momento dado, hace una defensa apasionada de Irving. ¿Y quién es Irving? Pues el personaje de Eddie Albert en esa maravilla de película que es "Vacaciones en Roma". Nunca me cansaré de catalogar su actuación como una de las mejor logradas para un personaje secundario en la historia del cine. Hablamos mucho de Audrey Hepbrun y Gregory Peck, que están fantásticos en el film, pero poco o nada de Eddie Albert. Pues bien, aquí está mi sentido homenaje a ese actor y a su gran personaje de fotógrafo sin escrúpulos pero muy simpático. La esencia en las buenas comedias son sus personajes secundarios. Eddie Albert lo bordó.

jueves, 14 de agosto de 2014

Mi primera vez

Siempre hay una primera vez. ¿Recordáis la vuestra?, ¿recordáis la primera vez que fuisteis al cine? ¿De qué pensabais que estaba hablando?
En mi familia siempre hemos sido muy cinéfilos; es algo que nos inculcaron nuestros padres desde muy pequeños. Fue precisamente con mi madre con quien fui por primera vez al cine. Ese momento para los padres me imagino que debe de ser muy especial: que sus hijos vean por primera vez una sala de cine, las golosinas previas, la expectación haciendo la fila, eligiendo butaca. Se apagan las luces y aparecen las primeras imágenes. El reflejo ilumina el rostro impresionado del chiquillo…y los padres mirándole, grabando esos momentos en sus retinas. Es un acto tan trascendental como sus primeras palabras o sus primeros pasos por este mundo.
Hoy, quizás, con esta era digital que estamos viviendo y la desaparición de las grandes salas de cine, ese momento no sea tan especial. Para qué me engaño, si hoy en día un niño de cinco años maneja con soltura un móvil último modelo, ¿cómo voy a esperar que le impresione la primera vez que entra a un cine?
Teatro San Martín en la
actualidad
Marty Feldman como Igor
Mi primera vez fue en el teatro San Martín, en la calle del mismo nombre del barrio del Toscal, en mi ciudad natal, Santa Cruz de Tenerife. Un cine que cerró, como tantos otros, agobiado por la proliferación de multisalas y los videoclubs de la época (cerró en 1984). Mi madre nos llevó a ver la comedia del momento “Jovencito Frankestein”. Para qué fue aquello: lejos de parecerme una comedia, desde el momento en que vi a Igor (el genial Marty Feldman) me puse a llorar y gritar como un poseso. No digamos ya cuando apareció la criatura (Peter Boyle). No hubo forma de que mi madre me calmara. Para colmo, en un momento dado, creo que era cuando más miedo tenía, la luz se fue y quedamos totalmente a oscuras. Tuvimos que irnos debido a mi pánico. Yo debía de tener unos cuatro o cinco años. Creo que mi madre no pudo fijarse precisamente en la luz de la pantalla que iluminaba mi rostro y dudo mucho que para ella fuera un momento especial dado la guerra que le di esa tarde.

Peter Boyle como la criatura de Frankestein
Años más tarde pude disfrutar y reírme con esa maravillosa película (de hecho, la única que me gusta de su director, Mel Brooks).




viernes, 8 de agosto de 2014

Qué decepción de hijo

“Árbitro, hijo de puta, que no te enteras. Estás más ciego que un murciélago. ¿Pero no ves que ha sido penalti? Ey, árbitro, ¿por qué no lo dejas ya? ¿Cuánto te pagan, eh? Vendido, que no eres más que un vendido. Eh, entrenador, entrenador, mi hijo tiene que jugar por la banda derecha, ¿qué coño hace en la banda izquierda? ¿Vas a conocer tú mejor a mi hijo que yo?, pero si fui yo quien le enseñó todo lo que sabe. Eh, entrenador, ¡Entrenadooor!, que pongas a Benito por la derecha. ¿Pero qué coño haces, cabrón?, ¿Cómo que lo cambias? Pero si no llevamos ni medio partido. Eh, no me mires así, que te doy una hostia que te dejo de lado”.
            Benito adoraba el silencio, especialmente si viajaba con su padre en el coche. Lamentablemente para él, su padre era más partidario de la estridencia.
            -Vaya mierda de partido que habéis jugado; y encima ese gilipollas que tienes de entrenador te manda al vestuario a mitad de juego. Dile de mi parte a ese soplagaitas que tú juegas por la derecha, que así te enseñé yo.
            Benito adoraba el rostro dulce de su madre, sobre todo cuando cenaban. Le encantaba verla soplar con suavidad la sopa hirviendo en la cuchara. Incluso la imitaba.
            -De verdad, querida, que no sé a dónde vamos a llegar con este entrenador. No sabe de fútbol, no sabe nada; y encima éste no ha hecho nada hoy.
            -Cariño, tiene solo diez años; no deberías tomártelo tan a pecho.
            -Tonterías, los grandes campeones se forjan así.
            Benito suspiró; solía hacerlo cuando veía gritar a su padre como un energúmeno en la grada, pero esta vez suspiró tan fuerte que hasta su padre se dio por aludido.
            -¿Y a ti qué te pasa?
            Benito miró fijamente a su progenitor.
            -No quiero jugar más al fútbol.
            Su padre quedó como una radio mal sintonizada. Buscaba y buscaba la señal correcta en el dial de su cerebro.
            -¿Cómo ha dicho?
            -Cariño, ya lo has oído, no quiere jugar más al fútbol.
            -¿Y eso a cuenta de qué?- preguntó ofendido.
            -Quiero jugar al baloncesto.
             -¿Así, por las buenas? ¿Pero te das cuenta al niño caprichoso que hemos criado?
            -Déjalo-continuó su madre-, si es lo que quiere. Por lo menos seguirá haciendo deporte.
            “Árbitros, hijos de puta, ¿no habéis visto que era personal en ataque? Enanos, que sois unos enanos. ¿Y ahora qué?, ¿técnica, si os parece? Que no, hombre, que no os enteráis. Eh, entrenador, entrenador, ¿es qué estás ciego, coño? ¿No ves que mi hijo juega mucho mejor de escolta? ¿Pero dónde coño sacaste el título de entrenador?”
            Benito adoraba el silencio que reinaba en el vestuario del pabellón cuando ya todos se habían ido. Incluso en ese silencio, esperaba un poco más por si algún rezagado de la grada no se había marchado todavía. Solo entonces salía.
            -Joder, hijo, sí que tardas ahí dentro, ¿no ves que está noche echan futbol en la tele? Que pareces tonto.
            Benito sentía pasión por ver leer a su madre. Siempre se preguntaba cómo era capaz de mantener la concentración en la lectura con el ruido de la televisión. Benito suspiró, pero esta vez su padre no le escuchó. No le importó.
            -Quiero dejar el baloncesto.
            Hubo de repetirlo aún más alto. Su padre, confuso,  le cerró la boca al televisor y le pidió a su hijo que repitiera lo que acababa de decir.
            -He dicho que quiero dejar el baloncesto.
            -Pero esto es increíble, ¿tú le has oído?- dijo mirando al libro que tapaba el rostro de su esposa.
            -Déjalo, si solo tiene doce años.
            -¿Cómo que lo deje?, ¿cómo que lo deje?- el padre de Benito pensaba que si repetía las cosas dos veces llevaba más razón que los demás- ¿No ves que es un caprichoso? Primero el fútbol, después el baloncesto y ¿ahora qué quiere el niño?
            -Quiero jugar al tenis.
            ¡Al tenis!- gritó- Ja, no durarás un asalto.
            -Cariño- intervino la madre bajando el libro-, no le digas eso- y miró a su retoño-. Seguro que lo harás muy bien, el tenis es un gran deporte.
            “Pero Benito, parece mentira que seas hijo mío, ¿cómo demonios le metes esa bola? Bola larga, bola larga, ¿pero es que estás ciego? No, ahora sube a la red, sube, corre, sube, pero ¿es que te pesa el culo, por dios? ¿Qué quieres?, ¿que baje yo ahí y juegue por ti? Eh, arbitro, ¿pero es que todos sois igual de ciegos?, ¿no viste que la bola fue dentro? Hijo de puta, así te caigas de esa silla y te rompas la crisma”
            Benito adoraba el silencio de la pista de Tenis. Podía chasquear los dedos y oír el eco. Le encantaba chasquearlos; de hecho, permanecía ahí sentado, frente a la red, chasqueando los dedos hasta que estaba seguro de que no quedaba nadie en los alrededores de la pista.
            -Joder, hijo, sí que tardas, que tu padre es un hombre ocupado. No sé qué coño haces ahí dentro tanto rato.
            -Practico el saque.
            -Ah, haces muy bien, sí señor, haces muy bien, porque, como te he dicho siempre, el saque es tu punto débil, ¿o no te lo he dicho?, claro que te lo he dicho.
            Benito suspiró tan intensamente que su padre no tuvo otro remedio que frenar en seco.
            -¿Ahora qué pasa? ¿Me vas a decir que ya no quieres jugar más al tenis?
            -Sí.
            -No me lo puedo creer, sencillamente no me lo puedo creer. ¿Qué pasa?, ¿que cambias cada dos años?, porque ahora tienes catorce.
            -No quiero jugar más al tenis.
            -A ver ¿a qué quieres jugar ahora?
            -Quiero hacer ciclismo.
            -Dios, ¿pero tú sabes lo que vale una bicicleta de esas?
            “Muy bien, hijo, muy bien, pero pedalea más fuerte, que esos cabrones no te alcancen. Eh, gilipollas, quítate de en medio, no ves que te atropello. ¿Y ahora qué quieren esos policías? Tú no les hagas caso, hijo, que ya casi la carrera es tuya. Ese niño, que se quite, que me lo cargo; uff, que poco faltó. Más rápido, hijo, que pareces una tortuga. Joder, con la dichosa policía. ¿Cómo que no me puedo meter en la carrera?,  ¿cómo que no me puedo meter en la carrera? ¿No ve que estoy animando a mi hijo? ¡Que estoy animando a mi hijo, que va primero!”
            Benito se miraba en el espejo. Desde que los rayos del sol le habían dejado las marcas de la camisa del equipo en los brazos, se miraba complacido. Le resultaba gracioso pues le recordaba a una bandera. Ese día no sonrió frente al espejo, suspiró. No estaba seguro de si vería a su padre al salir del club de ciclismo o todavía estaría en la comisaría. Al ver a su madre, supuso que los dos tendrían que ir a sacarlo de ahí.
            -Qué cansado debes de estar de tu padre, ¿verdad? No seas duro con él; en realidad, está muy orgulloso de ti. Es solo que no se ve desde fuera.
            -Yo sí que lo veo desde fuera.
            Su madre sonrió.
            -Me imagino.
            En cuanto los tres estuvieron en casa, Benito suspiró y con su suspiro pareció que el cielo se desplomaba sobre su cabeza. A su padre no le costó entenderle.
            -A ver, ¿qué deporte quieres hacer ahora?
            “Vamos hijo, nada fuerte, nada como yo te he enseñado, vamos, que los demás no valen nada. Así es, un brazo, el otro, un brazo, el otro; mira a tu padre, un brazo, el otro, un brazo, el otro”
            La vergüenza se disimulaba mucho mejor nadando, de eso no le cabía duda; pero ahí estaba su padre, incombustible, insensible a la más mínima norma de la dignidad, no suya, sino de su hijo. Benito no soportaba nadar crol, y resulta que ese estilo se había convertido en su especialidad en los dos años que habían pasado desde que se iniciara en la natación. Cada domingo, su padre le llevaba a la competición, como llevaba haciendo toda la vida con el resto de deportes practicados. La piscina no resultó ser una excepción. Cada vez que sacaba su perfil izquierdo para tomar aire, veía a su padre avanzando con él por el borde de la piscina. Al menos lo oía entrecortado. Luego, cuando veía que daba la vuelta y sacaba el otro perfil, su padre corría hasta llegar al otro lado para que viera bien su variado repertorio de animación. Benito deseaba tener branquias, no sacar nunca la cabeza del agua, y fue entonces cuando se le ocurrió. ¿Cómo no lo había pensado antes? Había tenido la respuesta ahí, en la piscina durante todos esos meses.
            Tocaba suspirar. Su padre, aparentemente acostumbrado ya a los cambios de orientación deportiva de su hijo, quedó más sorprendido de lo esperado.
           -¿Cómo?, ¿que quieres cambiar otra vez? Pero si están a punto de convocarte para los campeonatos de España, que son en Barcelona; hijo, que iríamos a Barcelona.
            -Pero amor, déjalo que elija lo que quiera hacer- intervino su esposa en defensa de su hijo.
            -¿Ves?, todo es culpa tuya, por animarle- dijo con aspavientos-. Bueno, no, la culpa es mía por hacerte siempre caso. Mujer, que el niño tiene dieciséis años, que no puede seguir con los caprichos.
            -Te olvidas de que ya no es un niño.
            Ahora le tocaba suspirar al padre de Benito, aunque en realidad fuera más un resoplido de resignación.
            -¿Y qué quieres hacer ahora?
            El padre de Benito miraba, como lo haría una estatua, el lugar donde había visto por última vez a su hijo. ¿Qué clase de deporte era ese? No podía verle, gritarle, animarle, defenderle de los árbitros injustos y los entrenadores incompetentes. ¿Qué sentido tenía incluso llevarle en el coche hasta el lugar de la competición? Frustrado, gastaba una cajetilla entera  de cigarrillos mientras su hijo practicaba su deporte favorito y, entre calada y calada, algo le decía que su vástago no iba a cambiar de afición en mucho tiempo; se le notaba en el rostro, mucho más distendido, alegre.
            Así, precisamente se encontraba Benito en las profundidades marinas: distendido y alegre; feliz, podríamos decir. Pesca deportiva submarina, ese era el deporte que había elegido. Qué silencio, qué paz, qué grado de concentración; ninguna sensación de vergüenza. Por mucho que mirara a su alrededor, solo estaban él y su objetivo.
            -¿Qué tal ha ido?-le preguntó el padre al ver aparecer a su hijo justo en el punto donde se había sumergido.
            -Ya ves, poca cosa, un par de pulpos, pero ya sabes, lo importante es participar- y le sonrió para ir camino del coche.
            -Dime, hijo- comenzó a decir mientras regresaban a casa. Su rostro era el de la súplica-, llevas cuatro años ya con este deporte de la pesca submarina. Nunca habías aguantado tanto con la misma actividad. ¿A ti no te gustaría cambiar?
            Benito se le quedó mirando hasta mostrarle una gran sonrisa.
            -No, papá, por nada en este mundo querría cambiar de deporte.



 Por Carlos Roncero

miércoles, 6 de agosto de 2014

Vincent

Una de las canciones más hermosas que conozco está dedicada a Vincent Van Gogh. La letra es un sentido homenaje a este pintor tan injustamente ignorado en su tiempo. El autor es Don McLean.


sábado, 2 de agosto de 2014

Mi criatura

Lo que una vez nació, creció y se desarrolló en mi mente, ahora está impreso en papel. No es la primera vez que me publican en papel; ya había experimentado esta sensación, pero me resulta imposible no emocionarme de nuevo. Le deseo a mi criatura una larga vida y que se haga un pequeño hueco en la estima de los lectores.
La fotografía no me ha quedado muy allá pero lo importante es que está hecha con mucho amor.